El atardecer me ha sorprendido en el castillo. No. En realidad, he subido al Castillo para sorprender al atardecer.
He contemplado maravillada el descenso de esa inmensa bola de fuego en el firmamento. Refulgente, tiñendo de rosas, lilas y violetas el horizonte, ribeteando de malva las nubes...
El viento sopla con fuerza, rompe la calma del mar. Las gaviotas planean por el cielo. Algunas realizan piruetas imposibles para posarse en la piedra desnuda del acantilado. Otras cabalgan el viento.
A mis espaldas, suena una vieja guitarra española. Sus notas penden la nostalgia del aire y acompañan al astro rey en su despedida.
Contemplo su descenso, incluso cuando la guitarra guarda silencio, mientras los turistas vienen y van a mi lado y se sacan fotos incansables. Contemplo su descenso hasta que desaparece tras la nube baja que se oculta tras los rascacielos e incendia el horizonte. ¿Quién ha prendido el cielo en llamas?
Y entonces, aún lo contemplo un poco más. Hasta que el viento se interna entre los pliegues de mi ropa y me estremece.
Es solo en ese instante cuando con pereza me desenrosco de la barandilla y le doy la espalda al crepúsculo. Al volverme la luna me sorprende. Sigilosa ha escalado el cielo sobre la playa de Levante, redonda, pálida y casi plena, reluce sobre la cruz iluminada de la cima de la montaña, en medio de un cielo rosado y púrpura. Nadie le presta atención, ocupados como había estado yo con el majestuoso descenso del sol, pero allí está ella. Por un instante nos miramos y su silenciosa belleza me sobrecoge mientras altanera y solitaria contempla desde la lejanía la marcha de su amante.
Será ella la que guíe mis pasos de vuelta a casa.
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Divagando por la vida
Phi Hư CấuEsto no es una novela. No cuenta una historia. Podrías decir que es un diario, pero tampoco. Ya que no va a ser diario sino ciento-en-ventario (quien me conoce sabe que me disperso con facilidad). Es como, el título bien define, un cúmulo de mis div...