Hoy el cielo ha amanecido encapotado, amenazante de lluvia. La luz es gris y los paseantes cargan con el paraguas.
Es curioso, me vine en busca de los últimos coletazos de verano, huyendo del otoño que en mi ciudad del norte ya se ha asomado con su frío mordisco. Y parece que me he traído el agua.
No me preocupa. Antes o después el verano de San Quintín volverá a asomar, aquí, en el sur, aún sobrevive. Mientras, me siento a escribir inspirada por la única compañía de la soledad.
¿Quién dijo que no hay música en el silencio? Me acompaña el incesante tic-tac de un viejo reloj analógico que adorna la pared desnuda sobre la chimenea. Soy una invitada de esta pequeña casa vacía.
Al otro lado de la ventana las nubes se cierran cada vez más sobre el cielo y una suave brisa mece las hojas de las palmeras. Desde donde estoy, tumbada en el sofá, tan solo se adivina la esquina de un rascacielos. Si muevo un poco la cabeza puedo fingir que estoy en medio de la espesura y no en el corazón de una urbe vacacional. La fantasía rota por el paso ocasional de un coche por la carretera, puedo oírlo pero no verlo. También oigo el canto estridente de las gaviotas. La mar debe de estar inquieta.
Me siento inspirada por la amenaza de lluvia para escribir. Ya es hora de que deje de divagar y me ponga a ello.
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Divagando por la vida
No FicciónEsto no es una novela. No cuenta una historia. Podrías decir que es un diario, pero tampoco. Ya que no va a ser diario sino ciento-en-ventario (quien me conoce sabe que me disperso con facilidad). Es como, el título bien define, un cúmulo de mis div...