Una postal

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La veo a través de mi ventana.

Su ventana es un rectángulo de luz en una pared de ladrillo oscurecido por los años. Da a un despacho viejo, de paredes beige y suelo de tarima, rayado por el tiempo y sus pasos, pero lustroso por el mimo de sus habitantes. Los muebles son escasos, tan añejos que ni se pueden considerar vintage, pero las estanterías y el solitario escritorio de madera ajada frente a la ventana tienen un encanto antiguo que es innegable. Casi como un sortilegio.

Y en contraste, ella joven, reclinada sobre el secreter, rasgando con su bolígrafo el blanco de los folios de papel. La luz de una única vela dibuja una aureola en torno a su rostro, amplificando la sensación de haber salido de una película, de otra época.

Tan concentrada en sus notas que no me ve, ni siquiera intuye mi presencia, mi mirada indiscreta desde el otro lado de la calle. Y me pregunto quién es, en qué piensa, con qué sueña...

Ese pequeño rectángulo de luz en la noche es un mirador abierto para mi imaginación hiperactiva.

Me fascina ese vistazo fugaz a la monotonía de una desconocida. ¿Si nos conociéramos seríamos amigas? ¿Quién es ella? ¿Quién soy yo? ¿Qué escribe? ¿Qué quiero leer?

Cuando me vuelvo a asomar para cerrar la ventana, la veo en brazos de un hombre joven. La abraza por la espalda, cubre de besos su cara y su cuello con el cariño infinito de los amores primerizos. Y ella ríe, con esa risa floja de la felicidad enamorada.

Como una postal. La estampa me ilumina un poco por dentro y secretamente deseo que como la vela sobre su escritorio, no deje de arder nunca. El amor ni la felicidad.

Divagando por la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora