PADRE
Me han contado que hubo un tiempo en que me quisiste sin el peso de las cadenas de tu propia infancia truncada. Desgraciadamente yo no lo recuerdo.
Esa forma tuya de adorarme duró lo que yo tardé en desarrollar mi lenguaje y mi memoria.
Pero me lo han contado. Qué me cargabas en brazos sin importar las horas. Qué me llevabas sobre tus hombros a alcanzar el cielo. Qué me paseabas en mis madrugadas insomnes para que durmiera.
Me compraste mi primera muñeca. Aún la conservo aunque le falte una mano. Me construiste un caballito balancín de madera. Fue el primero de muchos.
Y después se apagó tu forma de demostrarme afecto. Te refugiaste en esa figura autoritaria que habías conocido en la niñez y tuve que aprender a leer tu amor en el interlineado entre tus acciones.
Sé que me quieres. Lo sé. Me he vuelto una experta en descifrarte a base de mirar con atención, de caer y levantarme. Eres de esa clase de persona que se niega la palabra amor, que calla siempre los elogios pero habla a gritos con sus acciones.
Y es que sé que siempre estarás ahí para mí. Qué puedo contar contigo más que nadie. Ahora lo sé. ¡Pero cuán difícil le es saberlo a una niña pequeña!
Una niña (y una adulta) que echó en falta los besos que nunca le diste. Las caricias. Las palabras bonitas. Los méritos. Y aquellos abrazos que quedaron relegados a aquella primera infancia que ya no recuerdo.
¿Quién temías que te juzgara? ¿No sabías acaso que sería yo tu juez más despiadado?
Mamá me dijo una vez que no sabías demostrar amor porque nunca te lo habían demostrado de pequeño. Entonces me sonó a excusa. Ahora siento que ojalá pudiera ir a tu parvulario y darte un gran abrazo y decirte todo lo que vamos a quererte aun con todas tus faltas.
Y pese a todo, a todos tus silencios y tus ausencias, a ti te debo uno de mis recuerdos más bonitos. Aquella mañana de navidad en que me desperté para descubrir un reluciente columpio de madera esperándome en el jardín. Por supuesto, que no había sido cosa tuya sino de uno de esos entes mágicos que traen regalos. Pero ya entonces intuí que eras tú mi mejor Papá Noel. El único que le quitarías horas al sueño una nochebuena para construirme un columpio en el jardín. Me pregunto si mi cara sorprendida irradiaba toda la felicidad que sentí. A día de hoy sigue siendo el regalo más bonito que me han hecho en todas mis navidades.
Y ahora te veo con mi hijo, tu nieto, dándole sin tapujos todo el amor que a mí me diste de pequeña pero ya no recuerdo. Veo tus miradas de adoración. Tus abrazos. Como lo meces, lo cargas, lo duermes. Veo sus carcajadas cuando juegas con él y le pones caras y voces. Me hincho de felicidad y solo deseo que no acabe nunca. Que cuando crezca no le niegues todos esos gestos de amor incondicional que ahora le regalas. Que no tenga que aprender a leer entre tus interlineados, entre tus silencios, a través de tus acciones (como yo lo hice). Sigue queriéndolo como lo haces y demostrándoselo a diario, plantando cara a tus miedos. Adóralo y deja que te adore. La vida solo es una y ambos merecéis sentiros queridos. Quereros.
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Divagando por la vida
Kurgu OlmayanEsto no es una novela. No cuenta una historia. Podrías decir que es un diario, pero tampoco. Ya que no va a ser diario sino ciento-en-ventario (quien me conoce sabe que me disperso con facilidad). Es como, el título bien define, un cúmulo de mis div...