Pecado.

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                                                                          *Narrado por Judá*

Siento como el manjar de su saliva inunda mi garganta y me hace ir y regresar en un par de segundos al cielo, me lleva sin autorización a mi absoluta perdición, pero con la frialdad de mi alma volvería a hacerlo una y otra vez. No sé cuanto tiempo paso pero termino el beso y al abrir mis ojos, Zoe ya me miraba perpleja. Me reí, nervioso, no sabía que decirle, así que deje que mi vacía e indiferente alma se hiciera cargo:

-¿Porqué me miras de esa forma?-Dije, continué:-Era lo que querías, ya lo cumplí, relájate.-Lo he dicho, puedo ver como su pupila dilatada vuelve a su tamaño normal y como su mandíbula se aprieta y se endurece; sé que la he roto. Frunce el ceño, aprieta los puños y con voz débil que poco a poco va a aumentando dice:

-Vete, maldita sea, lárgate, no quiero verte.-Dijo, vi como sus ojos se llenaban de lágrimas y sentí una punzada en mi pecho, esa sensación de tristeza cuando te das cuenta que lastimaste a alguien que te quiere.Soy un maldito cabrón, como puedo deshacerle la sonrisa cuando ella a tratado armarme la mía desesperadamente. Esta tan enojada que comienza a empujarme hacía la puerta, quiere que me vaya, la entiendo. Cuando estoy en el umbral de la puerta se detiene y aprovecho para decirle algo que me ha salido del corazón:

-Perdón.-Nunca había dicho algo de forma tan sincera.

-Jodete.-Respondió, cerrándome la puerta en la cara. Escuche como sollozaba y algo en mi interior se rompió.

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-Maldito hijo de perra.-Maldije en mi habitación hasta que mi garganta dejo de seder. Me hizo quedar como estúpida otra vez, maldita sea su existencia; Le di un beso, un beso tierno, cargado de amor, de puto amor y el hijo de perra simplemente fingió que no le causo nada.

Golpeo la pared y siento como mi muñeca vuelve a trozarse, pero esta vez, no duele, esta vez se que puedo sanarme sola, me doy la vuelta y tomo mi muñeca, camino por mi habitación, meditando la idea de salir a maldecir a todos los que se me paren al frente, sólo para aminorar el dolor que Judá le encanta causarme; me acerque a la puerta y gire el picaporte y cuando la abrí por completo me tope con Judá parado en el pasillo, esperando seguramente que abriera la puerta. Me mira con ojos tristes, algo que jamás creí ver en él; estoy enojada aún y a pesar de esa mirada que me hizo dudar si soy fuerte, lo ignore y me seguí de largo, no pienso caer ante sus intentos de seducirme. 

Voy a mitad de camino y me doy cuenta de que me esta siguiendo, el enojo que esta resguardando mi ser comienza a aflorar, me detengo y volteo, espero no decir cosas que lo lastimen:

-Déjame en paz, no es suficiente para ti hacerme llorar, maldita sea!-Grite. Me detuve, las lágrimas corrieron impacientes por mis mejillas, sabía que no me quedaba nada que perder, después de todo había roto lo poco que creí teníamos. Entre mis ruidosos sollozos escucho que habla:

-Lo siento, con una jodida, lo siento, no era la maldita intención.-Dijo, se escuchaba alterado. Me sorprendió eso, nunca creí que alguien que tiene orgullo hasta en las venas, estuviera aquí frente a mi pidiéndome perdón; mis lágrimas insaciables seguían mojando mi cara y me di la vuelta y me fui, desganada, sin ganas de seguir con esto. Se quedo ahí y con un grito suplicante dijo:

-No me dejes aquí, aparentando que no pasa nada, maldita sea, Zoe, deja de fingir que no me quieres.-Sus palabras como balas me atravesaron el alma y me hicieron ahogar un sollozo en mi garganta. Y entonces decido responder, sin mirarlo porque sabía que me hará flaquear las rodillas:

-Yo no escondo nada, tú deberías dejar de fingir que no lo sientes, estoy en el límite, si no dices una palabra, me voy y no voy a volver.-Limpie mis lágrimas, y lo miré de reojo y vi como su mirada bajaba lentamente y se clavaba en el piso, dejando un silencio imperturbable y comencé a caminar de nuevo; justo ahora entiendo que por mucho que la gente jure que no espera nada de nadie, espera que aquella persona que esta abandonando, la detenga.

 Pero él no lo hizo, estoy a punto de subir las escaleras que me llevaron a este lugar, mire 2 veces hacía atrás esperando encontrarlo tras de mi, pero se ha ido, sin decir una palabra ha terminado con todo, ha dejado que todo se resquebraje y me dejo ir, para simplemente ya no volver.

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Estar en este lugar, donde no tienes a nadie, es complicado, a veces la melancolía se apodera de mi ser y me hace sentir vulnerable y sola, completamente sola. Desde la despedida sin mencionar entre Judá y yo, las cosas se han vuelto más pesadas, incluso hay veces que me gustaría poder llamarlo, como haría cualquier adolescente de mi edad, pero aquí es diferente, aquí no hay forma de llamarnos, ser dueña del infierno tampoco te da ningún tipo de privilegio, pasar la mayor parte del tiempo en los pasillos llenos de gente desalmada y sin esperanzas, no te ayuda en nada, simplemente reafirmas tu condena. 

Me doy cuenta que el pecado no se basa en el error espiritual que cometiste, ni en la decisión vacía que tomaste, se basa en aquello que te da miedo confesar, aquello que te guardas para tus entrañas, eso que ni tu te atreves a aceptar y entonces mi pecado más grande a sido, quererlo, por su maldita y estúpida forma de quebrarme el corazón como si eso fuera lo único bueno que sabe hacer. 

un ángel entre sus pechos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora