Dos.

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La cena transcurría lenta.

Donald en la cabecera, Michael a su izquierda con Ray a su lado, y Gerard a la derecha del viejo.

Yo ya hacia a un lado de este último mencionado, incado de rodillas, con la mirada baja. Me relamí los labios en algunos segundos durante el tiempo transcurrido, pues, el estomago me ardía como nunca y al parecer, me creían invencible.

"Tengo un regalo, Gee" Dijo Donald limpiando su boca con una servilleta y volteando hacia un lado de la habitación donde un hombre que se hallaba entre las sombras, asintió de inmediato llevándole al jefe una caja de regalo. El pelinegro la tomo desinteresado, abriendo esta a paso lento, sacando lo que logre ver de reojo era... un maldito collar de perro. "Pónselo. Quiero ver como lo estrenas" Mis intestinos se me revolvieron de una. Mis manos se cerraron con fuerza, clavándome las uñas a mis palmas. Oír la risa estúpida de Michael solo empeoraba mi cólera y sentir como Gerard me jalaba de una haciendo que lo mirase mientras me colocaba tal cosa, me termino de romper.

"Te aprieta?" Susurro. Abrí los ojos como platos al escucharle. Me atreví a mirarle de cierta manera que me hizo estremecer, pues aunque su mirada seguía siendo fría, sus ojos verdes me transmitían una rara y escalofriante confianza.

Solo negué bajando mi vista al suelo.

"Dios!, pero si le queda perfecto!" Grito Michael. Gruñí a lo bajo chasqueando la lengua.

"Me retiro." Anuncio Gerard, poniéndose de pie para luego sentir como jalaba de la correa haciéndome caminar tras suyo.

Salimos de aquel lugar, logrando que mis pulmones se llenaran de aire nuevo. Camine sin titubear pensando en qué carajo había hecho mi jodido padre para tener que estar pagando aquella mierda.

Al parecer, y según lo que Ray me había mencionado antes, anteriormente se le había advertido a mi familia de aquello. Incluso menciono a mi hermana, y eso había sido peor, pues no creía capaz a Felicity de ocultarme tal cosa. Bueno tal vez si...

Era todo una jodida mierda. Estar en ese lugar, lo era.

Y es que yo no pedí nunca ser hijo de un narcotraficante. Pero lo era, el heredero de un cartel de tan solo veintidós años que aunque no era fuerte en demasía, se defendía.

Y luego estaban los Way; estos cabrones tenían incluso más poder que nosotros por el simple hecho de recientemente haber hecho negocios con alguna que otra mafia europea.

Idiota Cheech. Si me hubiera hecho caso, estaríamos a la altura de Donald. Pero no... no me escucho e hizo cuanta mierda quiso y ahora estoy aquí pagando su pendejez, por quien sabe cuánto tiempo.

Salí de mis pensamientos al ver que nos habíamos detenido frente a una puerta igualmente de metal, entrando a esta de una forma abrupta.

Ya dentro, mi boca hizo la forma de una gran O, pues aquel lugar era... simplemente común.

Una habitación de cualquier joven. Una enorme cama en el centro, con las sabanas de color azul, cortinas del mismo color que dejaban solo una ranura abierta, dejando entrar un poco de luz lunar, un ropero a un costado, con una pantalla plana, y calefacción?... al otro lado, una puerta que seguro debía ser un baño. Común...

"Frank" Mi piel se erizo, con mis sentidos poniéndose alerta ante la mención de mi nombre. Mi vista se detuvo en aquel hombre alto, de tez pálida, cabello negro corto con ojos verdes. Esos ojos verdes que me habían hecho escogerlo en el comedor.

"S-Si?" Tartamudee. Y es que, desde el momento en el que desperté en aquel lugar, mi valentía se esfumo convirtiéndome en una cucaracha. Escurridiza y huyendo para que no la matasen.

Mi Bestia -Frerard-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora