Algo extraño siento.

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El día había empezado frío. A diferencia de las anteriores semanas, en las que se había mantenido estable y cálido. El mes se estaba acabando, al igual que las hojas de sus cuadernos llenas de dibujos nuevos. Oh, y claro, el plazo que Nathaniel tenía para entregar los bocetos se estaba acabando también. El chico pelirrojo estaba en una silla, sentado, frente a su escritorio y con la mirada perdida. Se sentía extraño. Como si el flujo de su imaginación no se presentase aquella mañana.

Por varios días había podido dibujar sin ningún problema. Pero ahora, parecía que el lápiz solo trazaba cosas sin sentido alguno. No estaba aquella chispa de inspiración que siempre tenía. Suspiró, dejándolo al fin a un lado la hoja donde había tratado de plasmar algo, lo que sea. Aunque fuera un muy vago intento. Es más, seguía igual de distraído en sus pensamientos pero ahora parecía flotar en una inmensidad que no podía expresar. Era ciertamente frustrante.

—Nathaniel, ¡baja a desayunar! —le llamó su padre desde el piso de abajo.

— ¡Voy! —contestó.

Se levantó del asiento. Salió de su habitación, arrastrando sus pies descalzos y que comenzaban a congelarse por el frío.

— ¡Buenos días! —exclamó animado el pelirrojo mayor, al verlo entrar. No obstante frunció el ceño—. ¿Pero qué te pasa Nathaniel? ¿Por qué aún no te has vestido?

El aroma que venía de la sartén era delicioso. A decir verdad pocas eran las veces en que desayunaba algo que no fuese tan sólo pan. Había algo de tocino saltando en su grasa en la sartén, y Nathaniel no quiso responderle a su padre porque se sintió demasiado hambriento.

— ¿Nathaniel? —le volvió a llamar.

El chico pasó del umbral de la cocina a una silla. Tenía un rostro cansado, como si volviese a no dormir por varios días. Y eso mismo preocupó a su padre. Nathaniel tan solo se le quedó viendo al tocino haciéndose.

El señor Rêveur suspiró.

—Lo siento —respondió algo avergonzado por su extraña actitud.

Por fin pareció reaccionar, cuando los ojos mismos del chico fueron a dar con la expresión preocupada de su padre.

El padre de Nathaniel miró a su hijo con algo de confusión. Era claro que algo le pasaba. Apagó el fuego, y retiró la sartén de la estufa. Pasó a poner el tocino entre Sanitas para que la grasa excesiva se fuera, y la que quedó en el sartén la junto en un pequeño envase. Ya, al terminar, decidió sentarse frente a su hijo. No sabía si aquel era el mejor momento, pero si lo dejaba así habría probabilidad de que se agradara el problema, y su hijo comenzase a comportarse aún más raro.

—Nathaniel, ¿qué pasa? —le preguntó con voz suave.

El pequeño pelirrojo, quien había observado cada movimiento de su padre, se removió en su lugar, sin saber qué decir. Lo vuelvo a repetir, se sentía extraño.

—No sé —respondió vagamente, casi como si no se pudiese concentrar.

El señor Rêveur frunció el ceño. No le estaba gustando nada la actitud de su hijo.

— ¿Dormiste anoche?

La pregunta quedó en el aire por varios segundos, en lo que pareció que el ambiente se tensó.

—Sí.

Simple fue la respuesta. Y era cierto, había dormido, pero parecía que no. Aumentó un poco más la preocupación de su padre.

— ¿Te sientes enfermo?

Y otros segundos más pasaron.

—Papá, ¿te has sentido alguna vez perdido? —En realidad Nathaniel no era un ser bueno con palabras, ni escritas y mucho menos habladas. Pero, no podía describirlo de otra manera. A menos que fuese un mar de confusión, pero esa descripción no ayudaba mucho.

—Prefieres quedarte en casa, ¿verdad? —su padre desvió un poco el tema.

Todo gracias a Alya.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora