Prefacio.

580 90 21
                                    

El cáncer te consume, te destruye y te mata y es peor aun cuando no puede tratarse, con quimioterapias, porqué comienza en la mente y concluye apoderándose del  corazón, el lugar de donde mana la vida.

La mirada se le tornó borrosa de tanto mirar las olas, era un verano muy caluroso, se encontraba en la playa de Bournemouth, orientada al sur de Inglaterra, sentada y con los pies hundidos en la arena, ladeo la cabeza en dirección al cielo, que se precipitaba impotente sobre el mar, con su color azul intenso casi cegador, giró el rostro lentamente y se quedó prendada estudiando a su madre con la mirada. Que permanecía a su lado, arrugando a cada instante los ojos, para adaptarse al resplandor del sol, la observo en silencio inmutable, durante unos cuantos minutos aparentemente eternos, pero algo indescriptible se quebró en su interior.
Estaba enterada desde hace bastante tiempo que su madre, no estaba tan bien como aparentaba, sucesos como: Las visitas frecuentes del médico, el extraño fenómeno de su padre bebiendo café desmesuradamente y la forma lastimosa que tenían sus padres de mirarla, lo decían a gritos.

Era poco decir que existían detalles que ella no podía ignorar, entre estos estaban, su papá bebiendo café; pero desde cuándo, se había convertido en fanático de lo que él  mismo llamaba droga y también esa oscura sombra, que acompañaba a su padre todas las mañanas, dando una impresión de que el sueño, no era reparador en lo absoluto, no era cuestión de estrés. Él nunca se estresaba; aun así guardo silencio y no dijo nada, se quedó pensando con mucho temor, qué tal vez, esa sería la última vez, que podría ver a su mamá realmente feliz.

Se puso pensativa, nada podía arrancarle la preocupación y el miedo de la mente, se le formaban dos arrugas pronunciadas en la frente, cuando pensaba mucho y esto llamaba la atención de las personas, incluso a su madre le resultaba difícil no mirarla cuando hacía esto, porqué resultaba intrigante y mientras la miraba, fue imposible que no lo notara, entonces ella también la miro y al verla su mamá le sonrió; pero no fue una simple sonrisa, en realidad era como una despedida, su corazón dio un vuelco desencadenandole una batalla de emociones, tristeza, alegría y nostalgia, mezclados al mismo tiempo, no supo qué hacer, solo se encargó de memorizar esa imagen donde fuera, en su mente, en su corazón, no estaba segura, pero algo si sabía con certeza, y era que jamás podría olvidarle.

—Mamá —pronuncio con dificultad, no encontraba la manera, de decir aquello sin llorar, los ojos le ardían como dos pares de brazas calientes, sentía que en cualquier momento, ese grueso muro que estaba construyendo, se rompería y dejaría ver lo débil que era.

—Si —respondió su madre; aún estrujándola con la mirada, su voz sonó como un suspiro entrecortado. Que corto el único aliento real que quedaba en su boca—.Prométeme que algún día regresaremos aquí los tres juntos.

No estaba tranquila y su tono quebradizo en su voz le había delatado, provocando que una sensación de desesperación, cobrara vida en su cuerpo, giro el rostro en dirección al mar, escudriñando las olas que revoloteaban oscilantes, unas con otras desvaneciéndose entre la espumajea de la corriente, no podía mirarla sin sentir un enorme agujero en el pecho, ni tampoco podía hacerlo sin ignorar la humedad en sus ojos, perdía la calma en cada segundo que pasaba, a tal punto, que en cualquier momento terminaría echándose a llorar sobre la arena.            

  Hinchó el pecho y respiro hondo, tratando de llenar de aire sus pulmones, preparándose para una posible e inevitable mala respuesta, se movió incomoda debajo de la arena para quitarse los finos granos pegados en su piel, se volteó de nuevo hacia a su madre, encontrándose con su mirada marrón, tenía los ojos vidriosos y cristalinos, pero también parecían tener un ligero toque dorado casi similar a la miel, su mamá no había pronunciado, ni una sola palabra, parecía que no iba a decirle nada, luego su madre buscó a tientas la mano de su padre, lanzándole una mirada de soslayo, fue como si se hubieran dicho, muchas cosas con esa pequeña; pero intensa mirada, después de ese gesto ambos movieron la cabeza en unisono, sentía que las manos le sudaban, no dudaba ni por un segundo, que su corazón, ya no latía normalmente, su latir era apresurado y tenía un sonido que decía, que en cualquier momento se detendría.

—Te lo prometo —le escucho decir, sin embargo pestañeo varias veces, porque le habían sorprendido las palabras de su madre, es que habían sonado tan irreales que no podía creérselas, esas palabras no finalizaron con su agonía, causando que se despertara a un más, sabía que una simple promesa no cambiaría nada, incluso si se trataba de la muerte. 

—Te quiero—Le dijo con una voz tan dulce, que logró penetrar en lo más profundo de su alma, tuvo la sensación de que su corazón se detenía, que todo a su alrededor desaparecía, entonces se quebró como antes lo había predicho, dejo que el grueso, también áspero muro, que estaba construyendo se derrumbara, aplastando las ultimas fuerzas que le quedaban, una lágrima cruzo su mejilla lentamente, asiéndole daño a sus esperanzas, quiso decirle. <<Yo también te quiero mamá>>. Pero no podía, las palabras quedaban atascadas en su boca. Que no lograba abrirse. 

  Su madre estiró una mano, para limpiarle la lágrima que se había escapado ahora ya de sus ojos enrojecidos, trago saliva mientras  le acompañaba la sensación de  un enorme nudo en la garganta, como un trozo de algo atorado en su traquea, no tuvo suficiente tiempo para contestarle.

—No llores, tienes que prometerme que sonreirás para mí todos los días, para que yo pueda estar mejor ¿Lo prometes?—Dijo su madre segura de sí misma, mientras le acariciaba la barbilla con sus manos cálidas.

Cerro los ojos cuando supo que ya nada volvería a ser igual, cuando los abrió de pronto todo se tornó frío, su madre ya no estaba, se había ido, pero su padre aún seguía ahí sentado, sobre la que algunos minutos era una arena dorada como el oro, que ahora yacía pálida de un color casi gris, sin color, se incorporó, dirigiéndose a su padre que tenía la mirada perdida, en alguna parte del mar 

—¿Papá que ha pasado? ¿Dónde esta mamá? ¿Por qué se ha ido? —lo ataco con preguntas; pero este no respondía a ninguna de ellas, el pánico le recorría todo el cuerpo, tomo a su padre por los hombros sacudiéndolo como un muñeco de trapo, él la miró con los ojos apagados sin vida, desde esa distancia parecían casi negros, bajo de ellos se marcaban grandes ojeras profundas, su aspecto era horrendo, casi parecido a un cadáver.

—¡Respondeme!—grito, esta vez su voz sonó irreal; como si estuviera debajo del agua, se generó un silencio incomodo, quería que su padre le mirara a los ojos, cuanto deseaba ser acunada en sus brazos, que le dijera que todo iba a estar bien, pero no lo hacia, no lo hizo. Nunca lo haría.

—Esta muerta—respondió con un tono seco, mientras su mirada seguía perdida en algún punto de la existencia, cuando acabo dos enormes surcos de lágrimas bajaron por el rostro muerto e inerte de su padre, luego se desvaneció en sus manos como polvo.  

Se tapó la boca con ambas manos, ahogando un grito, retrocedió mientras miraba las cenizas de los restos de su padre, hechos puño bajo el suelo, los pies le temblaban, se inspeccionó las manos aterrorizada, como si el hecho de hacerlo fuese capaz de cambiarlo todo, de volver el tiempo atrás. Los pelos de la nuca se le erizaron, se encontraba completamente sola en ese lugar, era incapaz de moverse un temor la paralizo.

  El corazón le latía en la garganta, el pulso le palpitaba en las sienes, un latigazo de miedo golpeó su espalda, entonces supo que debía correr o intentarlo o si no ella también desaparecería como sus padres, corría tan rápido que en algún momento dejo de sentir las piernas, miraba a los lados intentando encontrar una salida, pero no estaban, en ese lugar no había nada más que oscuridad, aparte de un olor a humedad.

Creía haber corrido por horas, el pecho le dolía, respiraba con dificultad, se tocó el pecho, donde su corazón amenazaba con salirse, miro hacia adelante, comenzó a correr de nuevo, algo que lamento sus pies se doblaron como una hoja de papel, cayendo de bruces sobre la arena rasposa, su cabeza rebotó contra el suelo, abrió la boca y escupió un puñado de arena que se había tragado por la caída, la rodia le escocia, la nariz le dolía quizás se la había roto, un olor desagradable a hierro inundó sus fosas nasales, levanto la mano, para palparla estaba empapada de sangre, la nariz le sangraba mucho se sentía mareada, casi como si fuese a desmayarse apoyo ambas manos sobre el suelo.

Ayuda, por favor, ayúdenme —grito. Su voz le desgarró la garganta, pero algo le decía que no vendrían por ella. Que no vendría nadie a brindarle ayuda, fue entonces, cuando los gemidos pararon, cuando un dolor cruzó su pecho como una bala perforando sus órganos, cuando su cuerpo se sacudió con fuertes convulsiones al borde del colapso, fue cuando todo se tornó oscuro.

Metástasis del corazón.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora