Capítulo 29 "El gran día"

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El perdedor

Capítulo XXIX "El gran día"

El tiempo comenzó a pasar y apenas me di cuenta. Vegeta se dedicaba a entrenar, y yo había dejado el laboratorio las últimas semanas, porque me sentía cansada eternamente, andando de un lado a otro con esa tremenda panza que apareció en el séptimo mes, fecha en que, lamentablemente, tuvimos que dejar a un lado nuestra descontrolada pasión sexual, por el bien del bebé que ya vendría pronto. Eso no impidió que pasáramos las noches juntos, durmiendo como una pareja común y corriente.

Dejemos las cosas claras: que Vegeta hubiese regresado no significaba que se comportara como el hombre ideal y fuese un amor conmigo, o que se preocupara por el bebé y acariciara mi vientre. Nada de eso. Solamente se limitaba a estar cerca de mí, darme un beso y un abrazo cuando yo lo requería y estar, en general, tranquilo. Pero eso, por poco que pudiera parecer, para mí era más que suficiente.

Era una mañana del octavo mes. Me costaba moverme, pero me gustaba deambular por la casa y hacer cosas, en especial decorar el cuarto para mi hijo. Había mandado pintarlo de azul y comprado una cunita, algunos muebles y varios juguetes. Quería que todo estuviera perfecto para su llegada.

Estaba en eso, arreglando la habitación de mi bebé, cuando vi una caja sobre el armario. Entonces recordé que ahí guardaba algunas fotos que pensaba poner en el libro del bebé, un gran cuaderno en el que esperaba ir escribiendo paso a paso la historia de mi hijo. Coloqué una silla y me subí para bajar la caja, pero cuando traté de bajar el vértigo me invadió por completo y caí al suelo.

No sentí mucho dolor, pero sí mucho miedo. Irremediablemente me puse a llorar.

Después de sollozar un rato, y con mucho esfuerzo, me puse de pie. Al abrir la puerta, descubrí a Vegeta en el pasillo.

- ¿sucede algo? – me preguntó, indiferente, supongo que al verme con rastros de lágrimas en los ojos

- No es nada - respondí

- Okey...

Fuimos a almorzar, y luego me fui a mi recámara a dormir la siesta. Comencé a sentir algunas molestias. Me senté en la cama y sentí como si algo tibio saliera de entremedio de mis piernas. Me miré con espanto y descubrí que mi pantalón estaba empapado. Se había roto mi bolsa.

Grité con todas mis fuerzas, de miedo y de sorpresa. Mis padres no estaban en casa, me sentía completamente vulnerable, y a sentir unas leves puntadas en mi espalda baja y mi vientre. Eran contracciones.

La puerta se abrió y violentamente entró Vegeta, exaltado.

- ¿Qué te ocurre? – preguntó

- El bebé... ya viene

Su rostro se puso pálido y se quedó inmóvil un momento que me pareció eterno. Las contracciones empezaban a ser cada segundo más fuertes.

- ¡Haz algo! – le grité

- ¿algo qué? – me interrogó nervioso

- No lo sé... no lo sé...

Mis hormonas me gobernaban en absoluto y el llanto escurría por mis ojos nuevamente. Ahora todo lo que había leído e investigado parecía haberse borrado de mi mente.

- Debemos ir a un hospital – habló Vegeta, caminando de un lado a otro

- Si...

- Entonces vámonos

- Espera... tenemos que llevar el bolso del bebé

Fuimos al cuarto de nuestro hijo. Él cogió el bolso, que estaba sobre la cuna, y yo me puse a buscar los artículos necesarios.

El PerdedorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora