4 - Una taza de azúcar.

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—Profesor.

Con ese enésimo llamado, Jongdae salió de su trance y se fijó en el alrededor, pestañeando.

Quien lo llamaba era Luhan. Un estudiante chino que llevaba más o menos cuatro años en Corea del Sur y según tenía entendido, quería ser idol o algo referente a la música, obviamente. Algo curioso del joven de apenas 21 años era el hecho de que, si no le prestabas la suficiente atención, fácil podrías confundirle con una chica. Solía molestarse cada que su profesor hacía chistes sobre ello.

El muchacho estaba apoyado en la puerta del salón de canto, donde hacía una hora vio clases con el mayor, esperando que este se dignara a darle una respuesta.

—Profesor. —llamó una vez más, cruzándose de brazos.

—¿Sí?

—¿Va a darme la clase el sábado sí o no? —Jondae estaba sentado, con las manos apoyadas en su escritorio. Había estado mirando por el ventanal quién sabe qué, o más bien perdido en las nobulosas, que eran su lugar preferido recientemente. Sonrió con torpeza, apenado por andar tan distraído.

—¡Claro! Ya te había dicho que sí. El sábado por la mañana.

—Es que me dijo eso la última vez y terminó cancelándome a última hora.

—Relájate, Han, esa vez no me comprometí. Esta clase va porque sí.

El castaño resopló y se dio la vuelta, al fin dejando solo al profesor, no sin antes hacer un ademán con la mano en forma de despedida. No aparentaba buenos humores, y Jongdae terminó de comprobarlo en cuanto salió del conservatorio de música y alcanzó a ver el extranjero echar a andar con su bicicleta, mientras, parecía discutir con alguien por teléfono.

Sí, él era un chismoso, pero cuando se trataba de la vida personal de sus alumnos no se inmiscuía. Continuó su camino hasta la parada de autobús y unas cuantas carpetas marrones oficio siendo abrazadas hacia su pecho.

Llevaba una semana entera, unos siete días perfectamente contantos que no hablaba con Minseok, su nuevo vecino. Desde que este le aclaró su sexualidad, no lograron concordar muchas veces. Ni siquiera lo veía detenerse a contemplar su jardín y mucho menos escuchaba sus estornudos de roedor. ¿Y cómo decirlo? Tal vez le hacía falta. No se conocían desde hace muchos meses, no obstante la presencia del mayor se le hacía grata e interesante. Como esas personas con las que te gusta hablar porque siempre saltan con algo nuevo y atractivo.

Y las casualidades eran gratas e interesantes también, puesto apenas buscó asomarse por la ventana, se encontró con la figura de quien pensaba, distanciada, como de costumbre, de su cerca blanca.

—Buenas noches, disculpa ¿será que podrías regalarme algo de azúcar? Incluso te la compro, no sé. —hizo el gesto de encogerse con una de sus manos.

—O-oh, no hay problema. Si quieres pasa y mientras yo la busco. —buscó las llaves que debían estar tiradas a cercanías el invitado, todavía alejado, rechazó la oferta con sus manos también.

—No hace falta, puedo esperar de aquí. —avisó— Hace algo de frío pero no es la gran cosa. Al menos estaba abrigado y es que lo notaba, era la primera vez que le veía en ropa casual, sin el aquello bien peinado o sin corbatas, era un alivio, ya que empezaba a suponer que hasta dormía con esa pinta.

Él quien antes solo se posaba en su sofá con una taza de té caliente, salió corriendo a la cocina, donde buscó una taza limpia y vacía y la fue llenado con unas cucharaditas de azúcar.

Minseok volteó hacia las flores, que actual y lamentablemente eran muy pocas debido a la temporada. Solo unas cuantas rosas blancas y rojas eran visibles desde su sitio. El sonido de la puerta aquella casa lo hizo girar de nuevo hacia ella y se acercó un tanto conforme el de sonrisa gatuna hacia lo mismo. Este abrió la puertilla que daba paso a su hogar y, con rapidez, le pasó la pequeña taza.

—Gracias. —sonrió leve y disimulado el mayor.

—No es nada, por cierto, te quería comentar.

—¿Sobre qué?

—¿No te gustaría venir a tomar té conmigo mañana? —fue directo, sorprendiendo al contrario.

—¿No tienes clases que dar los viernes?

—No por la tarde. —insistió. El otro Kim pareció pensarlo, al final solo encongiéndose de hombros.

—Bien, aunque prefiero el café.

—¡Café será entonces!

Ambos sonrieron, quedándose sin hablar unos segundos.

—Buenas noches, Jongdae.

—Buenas noches, hyung. —era de esos días raros donde se acordaba de que debería llamarlo de esa forma.

Vio al ajeno retirarse con el azúcar a paso rápido, gritando a mitad de camino "¡mañana devuelvo la taza!" y entrando a su casa luego. La casa de Minseok era azul, tan azul como el cielo y la suya, de un color amarillo pastel. No era de esos colores llamativos y chillones, era suave y acogedor. Regresó a su sala, cerrando todas las puertas detrás y contento se echó en su sofá.

Quien preparaba su café y agradecía el azúcar prestada, reaccionó ante el repentino tono de llamadas de su celular. Tomó el aparato, tensando la expresión en cuanto leyó "Luhan" en la pantalla, sabiendo que sí o sí iba a tener que responder.

"De nuevo" murmuró en su interior.

Mi jardín favorito ‹ chenminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora