26 - Relámpagos rosados.

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Jongdae despertó de buen humor esa mañana, con las ventanas abiertas para dejar entrar el fresco matutino y oliendo el desayuno desde la puerta de la habitación de Minseok. Se frotó los ojos y resopló, enterrando la cara en la almohada que bien olía al nombrado, lanzando una risilla más tarde. Cuánta felicidad yacía en un solo cuerpo.

Estuvo por levantarse y marchar así como estaba, en ropa interior, por el pasillo y sin ningún problema para atrapar a su novio por detrás y llenarle de besos el cuello, pero este se adelantó, y apareció resplandeciente en su pijama, con una bandeja en las manos, repleta de comida para él. Era un privilegio que solo él se podía gozar. Minseok no le cocinaba a cualquiera, y menos con tanto entusiasmo y dedicación. Se sentó a su lado y dejó la bandeja en sus piernas, no sin antes acercársele y morderle el cuello de forma cariñosa. Jongdae volvió a reír, recibiendo grato las cosquillas causadas por el mayor, y ambos desayunaron juntos riendo y viendo la televisión.

—Es como si nos hubiéramos casado.

—Oye, a ti sí que te gusta ir rápido —comentó divertido Minseok, tomando de su café.

—¿Qué crees tú? —le jaló la mejilla, aunque el otro arrugara el ceño y le apartara por fastidioso—. ¿Debería ir pensando en cómo será el vestido?

—Tu vestido lo elegiré yo —siguió la corriente sin embargo, y se guiñaron un ojo mutuamente.

—Así me gustan los hombres, con voz de mando —levantó la mano Jongdae, y esta vez pellizcó uno de los muslos regordetes, tentando a su suerte. Pasó lo mismo, Minseok le apartó la mano, y además, le sobó descaradamente la entrepierna hasta hacerlo soltar la taza de su té, como castigo ¡eso era de todo menos justo!—. Hey, hey, cuidado con Jongcito, es delicado por las mañanas.

Mincito también —se excusó para regresar a la pantalla, con una sonrisa atrevida, y bueno, no haría falta explicar cómo se atendieron un tantito después.

Más tarde el profesor de música se despidió con un beso de su amor, y apenas fue que lo consiguió. Ellos estaban pasando por esa etapa de la relación, esa donde todo es relámpagos rosados, esa que perdura y perdura mientras no choquen con el grisáceo frío.

El sol jugaba al escondite con las nubes, pero las mejillas de Jongdae estaban calientes cuando algo llamó su atención. Se detuvo, su semblante cambiando, y giró 180 grados para volver por donde vino.

A Minseok le tocaron la puerta en poco tiempo, y eso también le llamó la atención a él. Estaba a punto de llamar a Luhan ahora que estaba de lo más contento y relajado, tenía el celular en la mano para confirmar claro y raspado aquello. No obstante, el ceño fruncido de su pareja, de nuevo parado en su puerta, le descolocó.

—¿Se te quedó algo? —ladeó el rostro, guardando el teléfono en su bolsillo izquierdo.

—El jardín, Minseok —soltó, con el cuello templado, guardando las manos en sus bolsillos. Él no pudo entenderlo a la primera.

—¿El jardín? —se asomó, y Jongdae acabó dejándole espacio para que diera un par de pasos con sus pantuflas de oso polar.

Miró a su novio, quien demostraba una expresión no muy común en él, y entonces se fijó en la cerca blanca del frente de la casa de la casa de este; aquella que siempre había estado decorada con hermosas flores bien cuidadas y ahora, solo lucía tallos verdes y marrones, rotos, arrancados y —o— maltradados. El jardín favorito del profesor de instituto había sido asesinado. Y lo peor es que ya suponía quién era el culpable.

Su expresión contenta y su paz momentánea también habían caído sin vida. No supo cómo debía reaccionar.

Mi jardín favorito ‹ chenminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora