La semana había pasado en un borrón abrumador que consistía en comprar muchos metros de tela, números y números por cada jugador con respecto a sus medidas y quedarme hasta altas horas de la noche para adelantar cada uniforme en los detalles más mínimos. Claro que, tuve una gran ayuda de parte de las chicas, todas estuvieron dispuestas a ayudar a pesar de que les dije que realmente no tenían por qué hacerlo.
Ahora me encontraba en una sala de costura de la gran —gigante— casa de Hanna.
Al principio pensé que Hanna estaba exagerando —de nuevo— por su amor a la ropa cuando me contó sobre la sala de alta costura, porque, vamos, ¿quién tendría en su casa una habitación dedicada especialmente a la elaboración de prendas de vestir? Pero la cosa era que su hogar se acercaba mucho a una mansión, entonces decidí que la idea de una sala de costura no parecía tan ridícula si vivías en una mansión.
Después de algunos inconvenientes y accidentes, por fin habíamos encontrado una forma de trabajar medianamente en paz, lo que nos permitía trabajar más rápido. Las gemelas, Tiffany y Taylor, marcaban la forma de la camisa y el pantalón de acuerdo a la altura del torso y el ancho de los brazos y piernas de cada jugador en el balcón de la sala de costura, ya que parecían tener diferencias con cada pequeña cosa, habíamos llegado a la decisión de mantenerlas allí para que no afectará el trabajo de las demás. Cosas de hermanos. Al tener cada modelo marcado por las gemelas, la tela pasaba a mis manos donde recortaba y unía las piezas mediante una de las cinco máquinas de coser del salón, formando la parte superior e inferior. Y luego Nina y Meghan se encargaban de darle los últimos detalles cómo el número y el nombre del equipo en la parte superior y Hanna cosía las líneas horizontales en la parte inferior. Para el final de la semana sólo nos faltaba dos uniformes, según la cuenta imaginaria que llevaba.
Un grito femenino rompe el silencio del salón.
Salto de mi silla, provocando que la mesa y la máquina se tambalearan. Nina, Meghan y Hanna también se habían levantado de sus mesas así que el grito sólo podría venir de ciertas personas en el balcón.
— ¿Qué demonios pasó? — podía escuchar el fuerte latir de mi corazón en los oídos, producto del miedo.
— ¿Tifanny? ¿Taylor? —Hanna abrie las puertas francesas del balcón. Me preparé mentalmente para un escenario horrible según el grito que habíamos escuchado.
Pero tal fue mi confusión al ver a Taylor sentada en la misma silla en la que había estado hace horas con una mirada en sus ojos que expresaba nada más que aburrimiento mientras miraba a su hermana gemela. Tifanny tenía la nariz roja y las mejillas manchadas de rímel y lágrimas.
— ¿Tifanny estás bien? ¿Por qué lloras? —La dulce voz de Nina llenó el ambiente, y se sentó al lado de ella. Acarició su espalda cariñosamente.
La primera rubia sacó un pañuelo de alguna parte de su pantalón caqui —seguramente de diseñador— y sonó su nariz estruendosamente. Todas hicimos un sonido de asco.
— Eh, si, espero que estés bien amiga mía — Nina empezó a levantarse lentamente de dónde estaba al ver las intenciones de Tifanny de darle su pañuelo.
— Es que yo...yo... Es muy vergonzoso —Tifanny empezó a llorar de nuevo— Nunca me había ocurrido algo así y no sé cómo...
— ¡Sólo fue una maldita uña Tifanny! —me sobresalto al escuchar a Taylor hablar fuerte, normalmente ella era muy tranquila.
ESTÁS LEYENDO
Una chica rubia
Teen FictionAmérica Parker es una chica de dieciséis años que podría haber pasado su último año de secundaria medianamente aceptable... De no ser por un pequeño accidente que la llevará a decir más de lo que debería, formar parte de un extraño código de rubias...