Prólogo

5.7K 411 25
                                        

Siempre me había gustado el primer día de clases sobre todo después de un largo verano que prometía ser emocionante pero que poco a poco se convirtió en exasperante y mortificadoramente aburrido, volver a clases me producía una emoción burbujeante en el pecho que me hacía sonreír.

Pero este año no era así.

Este año sólo quería enterrar mi cabeza en un hueco —como hacía el avestruz— y no ver a nadie por el resto de mi existencia. Pero para mi desgracia, mi mamá no pensaba de igual forma y por consiguiente, me obligó de una forma tan dulce a que fuera a clase –nótese el sarcasmo–. Por eso ahora me encontraba frente a las puertas de Idem High School, completamente aterrorizada y bastante mareada por entrar a mi último año.

Es como si tuviera de nuevo seis años, pensé con cierto humor pesimista. En esos tiempos cuando era una chiquilla —que volvía al colegio— y mi única preocupación era que los niños iban a burlarse de mí por tener un hueco en uno de mis dientes frontales. Ah, la inocencia de ser niño.

Con un suspiro de resignación y manos temblorosas empujo la puerta principal. Es una ley de vida que al abrirse una puerta, todos voltean a ver quién entra. Pues eso mismo ocurrió.

Varias cabezas en el pasillo giraron en mi dirección y mis hombros se tensan, a la espera de algún comentario pero para mi sorpresa decidieron que no era algo impactante de ver y siguieron enfrascados en su conversación. Mejor para mí.
Relajo un poco mi postura mientras caminaba por el pasillo —el cuál parecía hacerse más largo con cada paso—, sintiendo un rato de esperanza en lo que iba de la semana. Quizá podría sobrevivir al primer día ilesa.

Al parecer Dios, el destino o el estúpido karma tenían otros planes para mí, sin embargo.

—Mira su cabello—. Susurra una chica a su amiga al pasar por mi lado. Hago una mueca pero sigo andando, esta vez apurando el paso. ¿Acaso este era el pasillo más eterno de el mundo o qué?

—¿Esa es la señorita Parker?

—Al parecer, si lo es.

A la izquierda frente al salón de arte dos maestros con los que tuve clases el año pasado me estaban mirando con sorpresa e intriga. Acomodo mi gorro algo incómoda, ¿me veía tan rara? Esta vez troto para llegar a mi casillero —chocando con varias personas y ganándome unos cuantos insultos— suspiro de alivio cuando veo que ya no hay más nadie en el pasillo.

Un poco relajada abro el casillero, sacando todos los libros que iba a necesitar para las materias de hoy. En la puerta estaban pegados con cinta varias fotos de Mía y yo de diferentes años, sonreí. Mía Harper era una pelirroja bastante glamurosa y era mi mejor amiga desde que tenía tres años, literalmente.

Pero Mía aún se encontraba en sus paradisíacas vacaciones en Florida, y yo estaba aquí, a miles de kilómetros de distancia sintiéndome como un bicho raro. Cierro el casillero con el hombro, sacando un chicle de sandia que tenía guardado en el fondo de este.

— ¡Oye tú! ¡Chica rubia! —doy un brinco cuando Jared se detiene en frente de mi, jadeando como si hubiera corrido y mostrando sus dientes rectos y blancos en una sonrisa jovial.

—Hey.

Digamos que Jared Harries y yo no habíamos hablado en mucho, mucho tiempo. Y preferiría que se quedara así.

—¿Cómo estás? Bueno supongo que estás bien, quiero decir te ves bien... Quiero decir, siempre te ves bien pero hoy también y yo...—se ríe, rascándose la nuca— Hmm bueno, el punto es que necesito hablar contigo.

Expando mis ojos con miedo, yo no quería quedarme hablando con él a solas en este momento, ni en ningún otro para ser exactos. Pasar mucho tiempo a su alrededor hacia brotar sentimientos que me esforzaba por mantener ocultos.

Le doy una pequeña sonrisa forzada.

—Lo siento, no puedo. Quiero llegar temprano a clases. —respondo— ¿No deberías ir a clases también?

Su sonrisa flaquea un poco pero la mantiene.

—Está bien, eh, hablamos en la cafetería.

Asiento con más fuerza de la necesaria, ya empezando a sentirme torpe. Estúpidas hormonas femeninas. Me despido con un gesto vago que no augura ningún encuentro próximo entre él y yo, y me dirijo a él aula de biología.

—Oye, América...

Me maldigo mentalmente por girarme de nuevo, soy una mortal débil.

—¿Si?

—Te ves muy linda de rubia.

Mis cejas se alzan hasta el límite y mis mejillas pálidas, las siento enrojecer. No me esperaba aquel comentario y no sabía cómo responder. Por fortuna no tuve que hacerlo, pues Jared salió corriendo sin despedirse.

Bueno, si así comienza el año, no quiero ni imaginar cómo termina.

Nota de autora: América en multimedia.

¡Espero disfruten de la lectura!

Un beso, Dani.

Una chica rubia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora