Capitulo 23

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Después de golpear a Lucas en la cabeza por decir estupideces y salir corriendo, me subo a la camioneta cerrando la puerta de el copiloto. Abrocho el cinturón de seguridad sobre mi cuerpo antes de girarme.

—Muy bien, ¿quién está lista para una salida de chicas? —mantuve una sonrisa animada para ambas.

—No creo que está sea la mejor idea, pero ya que estamos aquí... —una pausa por parte de Maggie— bien podríamos comprar unas de esas tartas deliciosas de la cafetería para el camino.

—¡Oh! ¡Si, si! Y también buñuelos de queso, son la gloria.

En el asiento del conductor, Maggie rebusca en su bolso hasta sacar un monedero con adornos brillantes y costuras coloridas. Probablemente aquel insignificante objeto costaba una pequeña fortuna para personas como yo —con un trabajo algo mediocre y un nivel económico más o menos estable—; para personas como ella —con una gran cuenta bancaria— sólo era una pequeña cifra menos.

Con cierto pesar tanteo los pocos dólares en mi bolsillo. A la mente me vienen algunas cuentas pendientes que siempre se acumulan para estas fechas cercanas a Diciembre; tal vez no debería comprar ningún buñuelo... por más sabrosos que sean.

—Deberíamos irnos —dijo de la nada Tifanny, sentada en los asientos de la parte de atrás.

—Si, claro. Pero después de comprar las tortas y los buñuelos, no va a...

—En serio Maggie, tenemos que irnos ya. ¡Como, ahora mismo!

Tanto la pelirroja y yo giramos a verla al mismo tiempo. Mordía su uña del dedo pulgar, mirando por la ventana cada pocos segundos.

Me incliné.

—¿Tifanny? ¿Te sientes bien?

Ignorando mi pregunta, ella toca frenéticamente la puerta, sus uñas haciendo clic con cada golpe. Su rostro estaba algo pálido.

—¿Y el botón de seguridad? ¡Dónde demonios está el seguro! —gritó— ¡Maggie vámonos de aquí ahora mismo!

Maggie regresa a su asiento, el monedero olvidado en el salpicadero del auto. Con una mano en las llaves y la otra en la palanca de cambios me da una mirada sutil: no va a haber ni pasteles ni buñuelos.

Mi bolsillo está agradecido.

—Muy bien, muy bien. Ya que al parecer es urgente irnos de...

El resto del comentario es amortiguado por el repentino ruido exterior: el viento rugiente y personas conversando en las calles. Sólo sé que la puerta de pasajeros ha sido abierto por el golpe seco que hace al ser cerrada con brusquedad.

Miro a Maggie con cejas alzadas y ella me devuelve la mirada también sorprendida. Coordinadas, nuestra atención recae en los asientos de atrás.

No sé exactamente qué esperaba encontrar: sin duda ver a Taylor Adams no era lo que esperaba.
La rubia está sentada al lado de su melliza, y si su ojos mortales no son lo bastante obvios, la tensa línea de sus labios me afirma que está furiosa.

Mi boca se abre, pero nada sale de ella por más que lo intento. Ninguna de nosotras dice una palabra por varios segundos gracias a la impresión, hasta que Taylor interrumpe el silencio.

—¿También estoy invitada a su famosa salida de chicas?

—En realidad, no. No estás invitada —replica Maggie, sin ocultar su disgusto.

Una chica rubia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora