Así va nuestra historia...

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❇ ❈ ❅ ❄ ❆

-No sé como lo haces April, pero agotas toda mi paciencia. Y sí que tengo paciencia, ¿eh?

- ¡Ay, Pablo! Por favor, si paciencia es lo que menos tienes. No sé por qué acepté que me enseñaras. Todo hubiese sido más fácil si hubiera podido tomar el curso.

- ¡Pero Abril! Solo quiero hacer lo mejor por ti y tú te empeñas en hacerme enojar, como si te gustara llevarme la contraria.

Lo miré mientras intentaba calmar estas ganas que tenía de matarlo. Respiré profundo, como si de aquel modo pudiera despejarme de tanto estrés que me causaba esta situación y él no ayudaba demasiado. Él con su loca manía de creer que puede contra todo y aquí yo, con mi loca manía inconsciente de llevarlo al límite. Ambos nos llevábamos al límite. Me sacaba de mis casillas y a la misma vez era el único que podía poner todo en su lugar para calmarme por dentro, tenía la capacidad única de envolverme en una locura ficticia y traerme de vuelta a la realidad más banal con el contacto de su cuerpo con el mío. Habíamos pasado por tanto y tan poco de igual forma. Tantos peros dentro del camino, tantas piedras y sin embargo, los "continuemos juntos" le ganaban a todo.

-Si vas a enseñarme así prefiero que no lo hagas. Voy a practicar con mi padre cuando pueda, estoy contra el tiempo y tú no me ayudas. Me quedan dos días, Pablo.

-¡Ay, Abril... Abril!

Arrugó su frente y comenzó a rascarla, preso del estrés igual que yo. Ambos éramos dos bombas a punto de explotar cuando las cosas no salían como esperábamos. Tal vez la paciencia nunca fue amigo de ninguno de los dos y con el paso de los años comenzábamos a descubrirlo.

-Me rindo, sencillamente me rindo.

Si pasaba unos segundos más con él dentro de ese vehículo no podría soportarlo. Me producía impotencia que no supiera entenderme, que no se diera cuenta que esto para mí era muchísimo más difícil que para cualquiera. Tenía que superar este miedo que me paralizaba a manejar con tranquilidad, como una persona normal, este miedo antiguo que amenazaba con traer el pasado al presente. Desde ese día me prometí a mí misma que nunca manejaría en mi vida porque fue lo que casi termina conmigo. Y a pesar de aquello lo estaba intentando porque debía superarlo y por mi trabajo resultaba útil. Por mí.... Por mí. Debía hacerlo por mí.

-¿Qué?, ¿te vas? ¡Dónde irás si estamos en medio de la nada!

No sabía el porqué pero me bajé del auto. Sí, estábamos en medio de la nada, en una amplia cancha a las afueras de Madrid de tierno pasto verde como la naturaleza misma. Pocos autos transitaban por la carretera. Un día domingo a las 7 de la tarde, por supuesto que transitaba poca gente si éramos los dos un par de locos tratando de estacionar un auto imitando a un juego de niños.

Llegué a un punto donde decidí sentarme, abrazada por el calor primaveral español. Una vez en el pasto fijé mi vista hacia el cielo que se mostraba tornasol frente a nosotros porque el sol comenzaba a esconderse para darle paso a la noche en ese ciclo sin fin de nuevas oportunidades que nos regalaba la vida.

Y a pesar de todo era feliz, era enormemente feliz por tener la vida que llevaba en compañía de un hombre maravilloso que parecía que a veces solo quería acabar conmigo y con sus locuras, su mal humor, su temperamento poco estable lograba llenarme el alma, entregándome ganas de vivir, ganas de ser más grande.

Llevábamos casi dos años juntos y aún sentía que tenía tanto por descubrir de él, tanto por aprender y tantos rincones por besar. Dos años se sentían como una eternidad, pero para nosotros, para su ritmo de vida y para el mío que se estaba volviendo caótico... se sentían como un par de días. Y con la misma emoción y el mismo amor recorrerme las venas lo besaba cada vez, con la misma sensación del primer día.

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