Fotografías

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-Abril, por favor.  Ya será mediodía y aún no te levantas.

Detrás de mi tono de voz con reproche tan solo quería reír. Nos había despertado una llamada telefónica de su madre invitándonos a su casa para almorzar antes que viajáramos a Málaga, Abril había dicho que sí y se había vuelto a dormir. Los martinis. ¿Se acordará de algo de lo sucedido anoche? ¿Se acordará que nuevamente se había comportado como una adolescente celosa que no controla sus impulsos?

Me resultaba tragicómico que por su mente se atravesara la idea que podría coquetearle a alguien más. Claro estaba que la chica sí tenía otras intenciones conmigo, pero yo no. Yo ya no era así, ya no caía ante un cuerpo bonito y miradas coquetas. Cuando me enamoraba, lo hacía completamente como un loco, y así me tenía ella, encadenado de una manera tan dulce hacia ella, hacia la infinita cantidad de sentimientos y sensaciones nuevas que me producía cada día. Yo no cedía ante la excitación superficial de un bello cuerpo, yo necesitaba algo más, que me sedujeran el cerebro, las ganas y desataran mi pasión y ella podía lograrlo cuando susurraba mi nombre antes de dormir y me miraba al despertar, como si no acabara de creer que despertaba a mi lado. Y no lo decía de vanidoso ni por presumir, era genuino el brillo en sus ojos, esa chispa rebosando vida por sus pupilas cuando le besaba la nariz como buenos días. Ella me llenaba de ganas de luchar y mejor aún, de ganas de vivir.

Rebusqué entre los cajones un boxer para calzármelo luego de salir de la ducha, tiré la toalla a los pies de la cama y me volví a acercar a ella en el hueco en la cama que había dejado mi cuerpo.

La abracé despacio dejando que mi brazo la rodeara por la cintura y cerré los ojos volviendo a llenarme de ella, del olor tan cautivante de su piel que no tendría definición además de su esencia. Abril, la niña que hacía locuras estúpidas, la que cuando bebía demasiado se volvía extremadamente celosa y se llenaba de una valentía que la hacía irreverente. Abril, la mujer que me pedía a gritos que la hiciera mía en el auto y la que ponía en estado de alerta la asertividad de mis movimientos y mis acciones. Abril...

-April, se nos hará tarde

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-April, se nos hará tarde.

Le susurré en su oído y con pesadez empezó a moverse.

-¿Tarde para qué? ¡Por Dios, qué dolor de cabeza!

Se quejó al tiempo que se volteaba en noventa grados aún con sus ojos cerrados.

-Ya aprendiste la lección, no más martinis.

Me observó incrédula sin entender mis palabras. Claro, seguramente ni se acordaba. Negué con la cabeza y me eché a reír. Era imposible.

-¿De qué te ríes? Recuerdo perfectamente que no quisiste tener sexo conmigo en el auto, que sepas que se viene mi venganza ¿eh?

Al parecer su memoria selectiva la ayudaba en momentos así y solo recordaba algunos pasajes de la noche.

-A ver, a ver... "Te traigo un martini para que sacies tu sed porque él no está disponible".

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