El arte en ti

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-Bruno... ¡Por Dios, cuánta energía!

El pequeño Moreno no daba tregua a mi estado físico, yo que suponía llevar un estilo de vida saludable, cuidando mi alimentación y optando por el deporte diario me veía sobrepasado por la energía de mi sobrino. Llevábamos una hora y quince minutos jugando fútbol – o eso trataba- y yo ya no podía respirar con normalidad.

Hoy era la inauguración de la agencia de Salva, habría una exposición visual con sus fotografías y piezas gráficas, tanto mi cuñada como mi hermano estaban ocupados preocupándose de todos los detalles y me habían pedido que me quedara con el pequeño tornado, ya pronto empezarían las clases. Tenían una bella casa en un barrio del lado sur de Madrid, a unos quince minutos del centro. Una casa pequeña, con cielo alto, vigas a la vista y decoración simple. Estaba feliz por ellos, por lo que habían logrado y por seguir estando tan unidos por más de 15 años y con un pequeño, ya no tan pequeño que se había ganado mi corazón desde que sus ojos castaños me habían mirado por primera vez.

-¡Tío, pero aún no terminamos!

Me reclamó cuando me tiré al pasto, de inmediato coloqué mis manos sobre mis ojos porque el sol me daba de lleno.

Escuché un resoplido de resignación del pequeño y lo sentí acomodarse a mi lado. Ambos descansábamos de espaldas al césped, con el pulso más activado por la actividad física, con su pequeño cuerpo descansando pero dispuesto a seguir jugando, con esa energía propia de la niñez, con la inocencia de que el mundo es demasiado bueno y que la vida era para jugar.

-Me gustaría que trajeras a Terral para que viva aquí con nosotros.

Bruno no conocía al otro pequeño monstruo, tan solo lo había visto en los miles de videos y fotos que le mostraba yo o que le mandaba Casilda cuando las niñas jugaban con él allá en Málaga. Extrañaba tanto al bicharraco, pero sabía que allá recibiría todo el cariño y la atención que mi vida en Madrid, la mayoría de las veces bastante agitada, no le permitiría.

-¿Y quién lo cuidaría? Si Andrea y Salva trabajan mucho y tú irás pronto a la escuela.

Se quedó en silencio unos segundos y lo observé, lucía tan pensativo. Mi niño.

-Me lo llevo a la escuela, es tan pequeño que cabe en mi mochila.

Me reí. Alcé mi mano y le acaricié la frente, era mi pequeño, siempre lo sería. La simpleza con que percibía la vida siempre me impresionaba, teníamos tanto que aprender de los niños.

-Terral ya no está tan pequeñito, además se aburriría. Cuando vayas a la casa de la abuela vas a poder jugar con él, sacarlo a pasear y todo lo que desees, ya vas a ver.

-Qué aburrido eres, tío.

-¡Ey!

Bruno me sonrió y se puso de pie al escuchar el motor de un vehículo acercarse al estacionamiento. Debían ser Andrea y Salva quienes llegaban para almorzar y descansar un poco de la vorágine que vivían.

Me puse de pie y seguí a Bruno hasta la pequeña terraza, donde había una mesa y cinco sillas de mimbre. Si algo disfrutaba Salvador era comer afuera cuando el sol quemaba, y cerca de la piscina resultaba ser el mejor panorama. Con Bruno habíamos puesto los utensilios con anterioridad tras recibir el llamado de Andrea explicándonos que pasarían a comprar algo rápido porque las horas del día no alcanzaban.

Mi hermano apareció con dos bolsas blancas de grandes proporciones en las cuales estaban estampadas dos logotipos de un reconocido restaurante de comida italiana. Las tripas resonaban en mi estómago y Andrea carcajeó al escucharme.

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