El invierno deja estragos y también bendiciones, amparados bajo el invierno dieron riendas sueltas al amor,a ese amor inefable que te transporta fuera de este mundo, con el que a veces ni siquiera sabes qué hacer.
Dos seres de luz enfrentados a l...
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❇ ❈ ❅ ❄ ❆
-Siempre vamos a ese restaurante cuando venimos aquí, nunca hay mucha gente, es seguro, queda por aquí cerca y la comida es buena. Es algo aburrido, pero bueno... tampoco podemos salir a bailar o algo así.
Nos encontrábamos en la habitación de Pablo preparándonos para salir a cenar, siendo cerca de las nueve de la noche. Había aprovechado la tarde para dormir, igual que Pablo, quién había recibido la respectiva inyección en su hombro. No quería pensar, no quería escuchar la voz interna que me decía que todo podía empeorar si no hablaba. Tenía esos impulsos donde tan solo quería decirle toda la verdad, pero la imagen de Isabel tomando mis manos y pidiéndome por favor que no lo hiciera por su propio bien hacían que me detuviera. Era una tortura que solo se opacaba cuando estaba con él y mi cerebro se desconectaba para concentrarme en sus besos, siendo él la cura y la enfermedad.
-Estás mal de tu hombro, por supuesto no puedes ir a bailar.
Le dije riendo mientras me calzaba las botas negras y lo veía a él ponerse una camisa.
-Me desconcierta un poco hacerle siempre caso a lo que dice Isabel, como si no pudiera tomar mis propias decisiones. ¡Tengo 27 años!
Estaba cabreado, todo esto de tener que permanecer casi encerrado, viviendo bajo la protección de sus cuidadores como si fuera un bebé lo ponían de mal humor. Él solo quería actuar como un joven de su edad, no vivir atado a aquello que los demás le decían que hiciera. Alcanzó su abrigo que estaba en el armario y se miró unos segundos frente al espejo con el ceño fruncido. Seguía enojado.
Iba a seguir mis impulsos. Conocía lugares preciosos de aquí a los cuales me había llevado Luz.
-Vámonos... vamos a otro lado. Hagamos creerles a todos que estaremos en ese aburrido restaurante.
Él era el ocurrente, al que se le pasaban por la mente ideas locas y fuera de lugar. En ese momento yo necesitaba mimarlo... quizás era la culpa.
-¡¿Qué?!
Me miraba extrañado con un dejo de picardía. Él también lo anhelaba.
-Tú calla, ¿sí? Debemos hacerle creer a Isabel que está todo bien, que iremos a ese lugar.
Me acerqué hacia él y envolví mis brazos en su cuello permitiendo que besara mi frente y me impregnara de su perfume. Tenía tantos que no sabía cuál usaba ahora, sin lugar a dudas me encantaba, como todos los demás.
-Sabes que digo que sí a todo lo que propongas.
Le di un fugaz beso en los labios para posteriormente tomar mi bolso y salir de la habitación.
Si lo pensaba demasiado no podría hacerlo.
Teníamos que ser dos seres libres nuevamente, como lo fuimos ese mágico día en Los Ángeles, evadiéndonos del mundo, aprovechando que en esta ciudad no sería tan reconocido como en España. Aprovechando estos pequeños momentos de locura infinita, de ganas de existir, de vivir, de amar. De silenciar los celulares y encender las sensaciones, de apagar el cerebro y simplemente sentir.