Capítulo 1

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Sólo tenia dos alternativas: confesarlo todo o salir huyendo del coche. Él miraba por la ventanilla de su izquierda mientras jugueteaba con la llave del contacto. Parecía enfrascado en sus pensamientos mientas yo me dedicaba a retorcer nerviosamente el envoltorio de un caramelo sin saber qué hacer ni decir.
Había sido una tarde increíble, al igual que las tres últimas. Desde le primer día que me llamó para salir, supe que me metía en terreno pantanoso, pero no había podido negarme. Estábamos a finales de agosto y todo los demás se habían ido de vacaciones, así que tampoco había muchas opciones. Al principio, los dos nos mostrábamos algo turbados. Hacía mucho tiempo que no salíamos solos y nos costaba entablar conversaciones que se alargaran más allá de tres frases. Pero enseguida volvió a surgir la conexión que siempre habíamos tenido, las risas, las bromas, la complicidad... Uno de los grandes dones de Álvaro era conseguir que todo aquel que estuviera a su lado se sintiera cómodo y especial. Incluso a personas que acababa de conocer las trataba como viejos amigos, y eso infundía una agradable sensación de seguridad que te permitía relajarte. Y yo le estaba relajando demasiado. Sabia que debía tener cuidado, que aun quedaba mucho fuego sin apagar y que cualquier soplo de aire, por pequeño que fuera, podía reavivarlos.
-Mira -dijo al fin volviéndose hacia mi-, tenemos que hablar.
Permanecí con la mirada clavada en el papel de brillantes colores. No le atreví a voltear.
-Alexia, mírame, por favor...
Levantó mi cara empujándome con suavidad del mentón y clavo sus preciosos ojos color avellana sobre los míos. Me miraba tan fijamente que me sentía desnuda. Pero no podía apartar la vista. Estaba atrapada. Supe que ése era el fin, que no había nada que pudiera hacer para escapar. La foto de Laura que tenía en mi buró, con su preciosa melena rubia, su amplia sonrisa y ese gesto de no haber roto no nunca un plato, se coló por un instante en mi pensamiento.
Álvaro me acarició la mejilla con la palma de su mano. El tacto de su tibia y suave piel hizo que me estremeciera. Entonces se fue acercando lentamente hacia mí. Sentía el calor de su aliento cada vez mas fuerte sobre mi cara. Colocó su mano en mi nuca y me empujó con delicadeza hacia sus labios, que rozaron los mios.
Nos sobresalto la dulce voz de Laura cantando por el bluetooth: "Álvaro, contesta. Alvarito, contesta". Laura, su novia y una de mis mejores amigas. Laura, tan inocente, tan encantadora y tan buena, no podía hacerle esto.
-Contesta -le dije-. Yo ya me subo. -¡Espera! No te vayas...
Pero yo ya tenía medio cuerpo fuera del coche. Me miraba suplicante, sin embargo, la voz de Laura, que seguía soñando en el móvil, disipó en mi cualquier atisbo de duda.
-Contesta. Hablamos mañana...
Subí los escalones de dos en dos y me adentré en el soportal que separaba los cuatro bloques que conforman mi urbanización. Me senté en un poyete de piedra, donde Álvaro no podía verme. Necesitaba recobrar el aliento.
¡Maldito Álvaro! ¿Qué debía hacer ahora? ¿Llamar a Laura y contarle lo que había ocurrido? Pero ¿que iba a decirle? ¿Que Álvaro me había tomado de la mano? ¿Que había estado jugueteando con mis dedos? ¿Que había rozado sus labios con los míos? ¿Que había empezado a hablar de " nosotros" refiriéndose a mi y no a ella? Él siempre podía excusarse argumentando que lo había malinterpretado y yo terminaría siendo la culpable, como había ocurrido tantas y tantas veces en otras historias.
Sentía un hormiguero en el estomago y de vez en cuando me recorrían escalofríos. ¿Sería posible que Álvaro estuviera planteándose tener algo conmigo? Y, en caso afirmativo, ¿que era lo que pretendía realmente?, ¿entraba en sus planes dejar a Laura? No podía negar que la idea de estar con el me seducía, aunque no había forma de hacerlo sin desatar una terrible tempestad. Temía que intentar por todos los medios mantener muy s sentimientos bajo control, pero si él seguía acercándose tanto, iba a ser imposible.
Mientras ordenaba mis pensamientos, me dirigí hacia casa. Al entrar en el portal descubrí con sorpresa que habían algunas cajas de cartón apiladas, de distintos tamaños y con diferentes letreros, entre las que sobresalía una funda de guitarra y un enorme teclado. Parecía que algún vecino se estaba mudando, aunque era un poco extraño que lo hiciera a esas horas de la noche. Oí a alguien que silbaba en la escalera, en el piso inferior, que correspondía al garaje. Era una melodía que me resultaba extrañamente familiar; sin embargo, no fui capaz de identificarla. No sabría decir si era triste o si es que aquella insólita noche me había llevado a un estado de caos mental, pero algo muy dentro de mi se conmovió. Un sentimiento que era incapaz de describir invadió lo mas profundo de mi ser y, mientras esperaba el ascensor, noté un nudo en el estómago.
Aun así, la sensación desapareció de golpe en cuanto la melodía cesó. Entre cuando las puertas se cerraban a mi espalda y la luz del descansillo se apagaba. Observé mi aspecto en el enorme espejo. Me vi sorprendentemente pequeña, como si fuera una niña. Pero también me sentí fuerte, fuerte porque había estado a punto de conseguir lo que había estado soñando mucho tiempo, lo que nunca debería haber deseado.
Las puertas del ascensor se detuvieron de pronto y volvieron a abrirse. En el espejo vi una enorme bota negra que se interponía entre ellas. Cuando quise darme cuenta, de la oscuridad surgió un tipo de aspecto inquietante. Llevaba unos pantalones negros, de ésos que van por dentro del calzado, como los de la policía, y una camiseta de tirantes que dejaba ver un enorme tatuaje en uno de sus morenos brazos. Su rostro quedaba a semioculto por su pelo alborotado. El corazón se le detuvo. ¿Y si me ataca? Saque el móvil del bolso con disimulo, marqué el número de emergencias y dejé el dedo sobre el botón de llamada para presionarlo ante la menor señal. Sin embargo, él ni siquiera pareció reparar en lo presencia. Miraba con curiosidad el techo, como si le interesara enormemente lo que allí pudiera haber. No había pulsado ningún número de piso, así que supuse que se dirigía al último, como yo; pero allí solo sólo estaba mi casa. La de enfrente llevaba vacía desde que yo era muy pequeña. Mi madre decía que muchos años atrás había vivido una familia, aunque yo no lo recuerdo.
Después de lo que se me hizo una eternidad, por fin llegamos al tercero. Él salio sin despedirse. Si no fuera porque en una metro cuadrado era imposible no percatarse de la presencia de alguien, habría pensado que no me había visto. Mejor. La única puerta que compartía de descansillo con la mía estaba abierta y otro montón de cajas como las del portal impedía que a cerrara. Desapareció dentro de aquella casa mientras yo hacia girar con manos temblorosas la llave en la cerradura. "Ojala sea el chico de la mudanza y no el nuevo vecino", pensé antes de cerrar la puerta tras de mi.

Pero A Tu Lado Donde viven las historias. Descúbrelo ahora