Capítulo 2

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—Tonia—me llama Michael —. No me digas que estás hablando sola de nuevo, creí que yo te había curado. 

Ruedo los ojos. 

—Ja, primero tú no eres doctor y segundo, no hay nada malo en mí. 

—¡Tienes razón en eso! —dice mirándome de arriba a abajo con una insinuante mirada. 

—Ya para por favor. Sabes que estoy fuera de tus posibilidades —le digo golpeándolo en el hombro. Michael parece ignorar mi comentario. 

—¿Crees que no me gustan las pelirrojas? ¿Las atractivas pelirrojas? No sé si te lo había dicho, pero creo que tu trasero es alucinante. 

—¡Eres un desvergonzado! —le digo entre risas. Sé que lo dice en serio, pero la mejor manera de contrarrestar sus ataques de galantería es hacerle creer que es gracioso. Eso parece sacarlo de casillas —. Será mejor que volvamos a clase antes que el señor Hernández se de cuenta de nuestra ausencia.

—Sabes que me importa un comino si ese viejo estreñido me pone falta. Prefiero pasar un rato más afuera. 

—Bien. Supongo que te veré al rato.

—Claro, corazón. Sigo esperando el día que caigas rendida en mis brazos. 

—El infierno tendría que congelarse primero. —Eso lo hace reír. Esa sonrisa que hace que las chicas se derritan.  

Aún no entiendo por qué no tengo sentimientos hacia él. Hemos pasado casi toda nuestra vida juntos. Desde primer grado. Esa es una de las razones por la que somos amigos. No creo que si me hubiera conocido recién, hablara conmigo. 

Entro en el aula de matemáticas. El señor Hernández es nuestro profesor más noble —por no decir estúpido— de toda la institución. No le ve problema a nada, excepto a las malas calificaciones, pero de resto, cualquier actitud insubordinada la pasa sin decir una palabra. Eso debería hacer que los alumnos lo amaran, pero nada podía con Michael Rivera y si él decía que no le agradaba, automáticamente su opinión se volvía la regla.

  —Señorita Nieto, la estaba esperando para resolver ese problema del tablero —dice sin siquiera mirarme. Me extiende el marcador.

 —No sé nada sobre ese tema. Acabo de llegar —me excuso vagamente.

 —¿Es consciente que ha llegado tarde a todas mis clases, señorita Nieto? 

—Sí, señor. Lo hago a propósito —le contesto mientras miro a mis compañeros que celebran mi actuación.

—Entiendo que no le guste mi clase pero igual debe asistir o la reprobaré —dice en una actitud impropia de él.

—No me diga que planea perder su valioso tiempo de verano para hacerme venir a recuperar —digo con altanería.  En general ningún profesor quería continuar viniendo por un estudiante.

—¡Por supuesto! No voy a dejar que los jóvenes pasen a su último grado sin que sepan resolver esa ecuación. Así solo fuera usted, señorita Nieto. Sin embargo, me temo que va a ser un grupo más grande. No veo al señor Rivera. ¿Lo ha visto? 

—No, señor —le respondo con la moral desinflada. Esto es algo que no tenía previsto. Perder las vacaciones de verano por no asistir a clase de matemática es el peor castigo que puedo recibir.

—Es una pena. Si lo ve, dígale que a esta altura del periodo no hay nada que pueda hacer por la materia. Es la misma noticia para usted señor Sánchez —dice mirando a Steven.

El señor Hernández vuelve al tema. Supongo que luego de esa escena en la que terminé siendo apaleada por un anciano de sesenta años, las burlas no se van a hacer esperar en el momento que salga del aula. Bien, estoy condenada.  

—Tienes que reconocer que el señor Hernández nunca se había enfrentado a un estudiante y salió bien librado, sobre todo porque eras tú—me dice Maira cuando salimos del salón.  

Que bien, la primera discusión ganada y tenía que pasarme a mí. ¿Por qué no me quedé con Michael?

—¡Qué fastidio! Tenía planes para el verano. Quería ir a esa cabaña con Michael, Steven y su grupo de fútbol. 

—Supongo que luego de hoy, no va a ir ninguno —dice con un hilo de voz.

—Eso no me hace sentir mejor, Maira. 

—No estaba tratando de animarte —dice asertiva. Es cierto, Maira cuando habla, siempre dice la verdad aunque duela. 

—Vas a ser la única del grupo con vacaciones ¿qué piensas hacer? —Trato de cambiar el tema para relajarme. Ya la noticia me tiene al borde de gritar.

—No lo sé, no he pensado en nada aún. Es probable que mis padres quieran dividir mi tiempo, ya sabes, jugar a cual de los dos es más generoso para mi cumpleaños. ¡No te imaginas cuánto odio el divorcio!

—Pero ¿qué importa? Te van a dar doble regalo y competirán por tu atención. 

—No lo entiendes porque tus padres siguen juntos. ¡Es un asco! 

—Mis padres sólo se soportan. Supongo que están esperando que me vaya a la universidad para que el golpe sea tenue. 

—¿Crees que se divorcien?—pregunta con genuino interés. El tono sería diferente si fuera Elena, ella lo haría de forma insensible y con ansias de que responda rápido. 

—No lo sé. Ahora mismo no quiero pensar en eso. Simplemente quería tener una conversación que no resultara triste.  

—Si quieres temas animados, están en la compañía equivocada.—Así es Maira, melancólica al cien por ciento.

—Debe existir algo en tu vida que no sea malo.

—¿Mis notas? —pregunta como si quisiera saber si su promedio por arriba de cuatro era algo bueno. 

—Sí, tus notas mi querida nerd. Conozco pocas personas que saquen tus calificaciones a pesar que no digan una palabra en clase.

—Yo soy mejor escuchando que hablando.  —Sin duda alguna.

 —¿Nos vemos en el café esta noche? Creo que Michael va a llevar a su nueva presa, creo que mencionó que está por entrar a la universidad. 

—Lo intentaré. Mi madre quiere que cuide a mi hermano porque es posible que un hombre la lleve a cenar —dice y hace un mohín.

—Suerte con eso.

—Sé que no te interesa.

—Me alegra que me conozcas —le digo mientras me despido.

No sé por qué me gusta fingir que no me interesa, quisiera hacer preguntas y conocer un poco mejor a Maira. Pero arruinaría mi máscara de chica ruda.  

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Hola hola

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Abrazos 

Luza

Mala compañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora