Capítulo 5

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El sitio donde se reunían con Pedro era un bar de mala muerte situado en un callejón. La entrada tenía una escalera hacia el sótano y tenía una puerta reforzada custodiada por un tipo fornido sin ningún sentido del humor. Michael frecuentaba constantemente este lugar y algunas de esas veces me había traído, lo que supongo que es algo a mi favor, ahora que estoy llegando sola.

Me acerco a la puerta y toco tres veces. Una voz me sorprende desde el otro lado. 

—¿Desea algo? —pregunta.

—Mucha diversión y descontrol —contesto la contraseña del lugar. 

La puerta se abre y el guardia extiende su mano para pedir mi pago. Todos los que entran al sitio deben comprar por lo menos esa droga. Éxtasis. La he probado dos veces y he tenido buenas experiencias, sobre todo porque no tengo que preocuparme por mi horrible vida mientras estoy en ese estado. Le entrego un billete y él me da una bolsa con dos pastillas. Tengo que tomarme una delante de él, así que rompo la bolsa y pongo una en mi boca. Trago y abro la boca para que revise que he cumplido con mi parte. Se hace a un lado y me da la bienvenida. 

Necesito encontrar a Michael antes que empiece a alucinar y la música invada mis sentidos. Al primero que veo es a Pedro. Es un hombre bajo, corpulento que tiene complejo de bien parecido. Usa lentes oscuros en un lugar como este. ¡Cuánto mal gusto!

Lo saludo con todo la poca amabilidad que me queda. Él me mira con preocupación y me ofrece de su mercancia para que pueda relajarme. Niego, no puedo drogarme hoy. Necesito encontrar a mi amigo antes de que cometa una estupidez. 

—¿Ha visto a Michael? —inquiero.

Pedro se sube los lentes. Veo sus ojos perdidos, ni siquiera estoy segura si me ha reconocido. 

—Mike, sí. Lo vi hace unos minutos. Creo que iba a subir con Cielo, nuestra chica contorsionista. Es mi mejor adquisición de hace muchos años.        

Cierto, Pedro también es proxeneta. Le agradezco y camino en medio de la pista de baile, hasta un pasillo que tenía otro guardia. 

  —Necesito hablar con Michael Rivera —explico. 

—El señor Rivera no está en el área privada. Hace poco lo vi en la barra. 

—Gracias —digo y salgo de nuevo hacia la entrada.

La barra del bar es un icono arquitectónico bizantino, no sé que tenía que ver ese arte en un lugar como este. A la mayoría de los clientes les causaba curiosidad tener que beber en medio de tanto símbolo religioso. Supongo que a otros les parecía que de alguna manera redimían sus pecados y los desahogaban al mismo tiempo.

Veo el cabello de Michael, alborotado. Sus manos en el rostro y su postura derrotada, me hace esperar lo peor. Sabe que estoy ahí, me siento despacio y trato de no tocarlo. Siento una extraña electricidad cuando me acerco poco a poco. 

—Te dije que no vinieras —me dice deteniendo mi mano. Sus ojos tienen ese aspecto salvaje que me hace estremecer.

—No te iba a dejar aquí solo en ese estado. Soy tu mejor amiga.

—¿No me digas? ¿Eras mi mejor amiga ayer? Porque la verdad no te reconocí. 

—Sé que aún no lo vas a reconocer, pero acabo de salvarte de una gran decepción. Ese tipo de chica se te puede meter en la piel y llevarte por un camino desconocido. Te iba a exigir cambiar para estar con ella y alejarte de nosotros. 

—¿Así que fue por ti? ¿Por no perder a tu mejor amigo?

—¿Qué? No. Te aseguro que fue sin egoísmo. 

Su risa retumba con la música de fondo. Se está burlando de lo que acabo de decir. La sangre empieza a subir por mis mejillas, dejándome completamente roja. 

—¿Te das cuenta de la ironía? —pregunta. No entiendo lo que quiere decir.

—¿Ironía?  

—Todo los que me conocen, la escuela, el barrio... saben que tipo de persona soy. Es un estigma que me va a perseguir mientras siga ahí. ¿Entiendes?

—No.

—Te estoy diciendo que no quiero ser así otra vez. ¿Te parece saludable que me consideren el mujeriego, idiota, drogadicto y mala influencia?

— ¿Todo esto por Milly?

—¡Todo esto por mí! —grita con rabia.  

El aturdimiento me deja sin habla. ¿Acaso está diciendo que quiere alejarse de esta vida? De lo maravilloso que hemos pasado por tanto tiempo. Y pensar que a veces, creía que la que no era sincera en totalidad era yo.     

  —Ella era mi salida, mi salvación. Pensé que si alguien así podía amarme, iba a dejar este camino. 

—¿Por qué preocuparse por tu camino cuando no has empezado a vivir la vida? Este es el momento de divertirse y no pensar en encaminar tu vida por donde quieren tus padres o la sociedad —digo tratando de animarlo —. Quizás en un par de años podemos pensar en eso. 

—Pensar en tener una vida —dice ensimismado.

—Exacto. Algo que sea desde el profundo de tu interior, no por una chica. 

—Entonces si te dijera que te quiero a ti, pero que debemos cambiar para conseguir un futuro y tener una camada de hijos ¿no lo pensarías ni un poquito? —dice recuperando su tono coqueto.

—No bromees con esto. Quiero apoyarte por lo que estás atravesando. Y no sé si estabas enamorado o qué. ¿Estabas enamorado?

—No —responde ofendido —. Me gusta, creía que tendría algo especial. No he tenido un sentimiento así desde hace casi diez años.

—Eras un niño hace diez años.

—Exacto, sentimientos puros de un niño de siete años que conoció a su mejor amiga pelirroja.

Eso me hace sonreír. Lo abrazo llevando mi cuerpo hacia él. No se resiste pero tampoco me lo devuelve.

—Entonces ¿Estoy perdonada?

—No, no creo que pueda perdonarte hasta que ella vuelva conmigo.

—¡Por todos los cielos! Ella no va a volver contigo.

—Entonces nunca te perdonaré —declara dejándome fría. 

Mala compañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora