Capítulo 4

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—Entonces ¿son celos? —Maira lanza su primera pregunta luego de una hora de descripción detallada del encuentro con Milly.

—¿Qué? Claro que no. Michael no me atrae de esa manera. Simplemente quería librarlo de un trago amargo. Ellos no tienen futuro.

—¿Sabes a que me recuerdas? Las cenas de navidad de los últimos años con mis padres. Cada uno tratando de avergonzar a la pareja del otro. Es mortificante —dice con expresión de angustia —. Es igual a lo que hiciste ahí.

Sólo la imagen de que Michael y yo tuvieramos peleas de ex esposos me hace dar arcadas.

—No necesariamente debe gustarte —continúa —, es posible que te sorprendió el cambio y no te gusta adaptarte a lo nuevo. Has estado con él desde que tenían siete años, supongo que te sientes como su hermana. Y las hermanas son terribles con las pretendientes. Aunque...

—Si ya sé. Nunca me había portado de esa manera —digo evitando que ella termine su frase.

Hace dos años que Michael me había prometido que sin importar las circunstancias de la vida, siempre iba a estar pendiente de mí y cito <<nunca podría encontrar una amiga como tú, Tonia>> Nunca lo pensé de otra manera, y sí, me consideraba parte de su familia, ya que las verdaderas hermanas que tenía eran un completo desastre.

Sabía que eramos amigos porque aguantaba sus caprichos, no discutía por sus vicios y no me importaba que lastimara a otras chicas mientras no estuviera directamente relacionada con el grupo. Pero ahora, con Milly, estaba rompiendo todas las reglas que habíamos seguido por años... Parecía que ya no iba a necesitarme en su vida.

—Te quedaste callada ¿quieres algo de tomar? ¿escuchar música? ¿salir a fumar un poco? Creo que tengo algo de cerveza en la nevera también.

Justo lo que necesito, Alcohol.

Asiento y nos dirigimos a la cocina. Maira vive con su padre, así que el buen hombre mantiene surtida su despensa de distintos tipos de bebidas. Entre ellas, cerveza. Supongo que con eso ganaba puntos conmigo.

—No estoy enamorada de él —suelto de pronto. Maira me mira con sospecha.

—Yo no te lo pregunté, pero gracias por confirmarlo —dice entre dientes —. Además es lo mejor ¿sabes? porque Elena vive babeando por él.

—Lo sé. Y ni siquiera me molesta que ella lo mire así. La que me molesta es Milly.

—Por tu descripción es parecida a mí: flacucha, tímida, de pocas palabras.

—No te atrevas a compararte. Ella finge que es tierna. Tú no. Eres como eres. Tímida pero mordaz, y eso es lo que me hace ser tu amiga.

—Lo que te hace quererme ¿no es así?

—Oye, no he dicho querer —digo a la defensiva.

—De verdad que tienes problemas —dice con tristeza —. No puedes decirme que me quieres a mí, con la que no tienes ningún riesgo. No me imagino si decidieras ir a por un chico.

—Yo no tengo material para conservar chicos.

—Cierto, tú solo robas novios y luego los desechas a las dos o tres noches —dice tranquila. Eso me hace poner roja de la ira.

—¡Acaso me estás llamando zorra! Te recuerdo que no los conservo porque siento que ya están usados y no me gustan las migajas.

—Entonces ¿para qué se los quitas a sus novias? —su tono sigue plano, no entiendo como no muestra emociones a pesar que yo estoy a punto de perder la cabeza.

—¡Eso sólo ha pasado tres veces! —exploto y tiro la cerveza a una pared. El sonido de los vidrios quebrándose sobresalta a Maira.

—¡Nooo! Mi padre llegará pronto. Tienes que limpiar.

—Ni creas que voy a limpiar. Vine a contarte mis problemas y lo que haces es insultarme. Me voy de aquí antes que me hagas romperte la cara —digo y me hago camino hasta la puerta y la azoto cuando salgo.

***

Paso todo el fin de semana desconectada de ellos. Supongo que debo disculparme con Maira y quizás con Michael. Pero si empiezo con las disculpas, alguien podría mencionar que también le debo una a Milly y eso si que no iba a pasar, ni porque me pusieran agujas en todo el cuerpo. Reviso mi celular y veo que tengo tres llamadas perdidas. ¿En qué momento pasó esto? He estado todo el tiempo pendiente de ese aparato infernal. Dos de ellas, eran de Maira y otra de Michael. Decido que debo enfrentarme a la ira de ambos y tratar de controlar mi temperamento. Llamo primero a Maira. Ella se disculpa como si tuviera la culpa.

—Que no, fui yo quien se comportó mal contigo. Te dejé una mancha en la pared y vidrios por todo el lugar.

—¡Dios! Es cierto. Pase quince minutos limpiando la pared y creo que ahora ese pedazo se ve más claro que el resto. Por suerte mi padre no se fija en ese tipo de cosas.

Pasamos un rato al teléfono hasta que ella me avisa que su madre ha llegado de visita. Eso la hace despedirse de inmediato. Resignada, marco el número de Michael.

—Hola —lo saludo intentando trasladar a mi tono de voz lo que siento.

—Tonia este no es un buen momento —dice cortante —. No sabes lo que haces ¿verdad? Te gusta arruinar relaciones de las personas, eso lo sé, pero nunca lo habías hecho conmigo. Pensé que era especial para ti, pero ya veo que no.

—Mike, la verdad no sé que me pasó ayer.

—¿Sabes para que te llamé ayer? Para maldecirte por lo menos diez minutos. Creo que apunté todos los insultos que pude recordar, incluso hice algunas combinaciones que tendría que patentar. Estoy furioso. Y en este momento no hay nada que puedas hacer para reparar el daño.

—¿Te dejó? —pregunto intentando adivinar. Nunca había sentido ese tipo de pena en su voz.

—Por supuesto que lo hizo. Es una chica lista. Apenas supo que iba a estar con alguien que se pierde cinco de las siete noches de la semana por estar borracho o drogado hasta las nubes, me miró con decepción y me dijo que no la volviera a llamar.

Eso no lo esperaba. En algún momento de esta mañana, quería pensar que esa chica era más comprensiva con el asunto de la droga.

—Era lo mejor Michael. Si seguías con ella, la ibas a lastimar.

—¡Cómo si te importara sus sentimientos! Tú la despreciaste mucho antes que te dijera su nombre, y ni te atrevas a decir que no, vi tu cara.

Odiaba ser obvia.

—¿Estás borracho? —pregunto porque parece estar muy comunicativo. Si estuviera sobrio me habría mandado a comer de lo que no se come.

—¿Te importa? —me reta.

—No, sólo quiero confirmarlo.

—Estoy con Pedro —dice. Pedro es su distribuidor de droga.

—Ahh. ¿Qué estás consumiendo esta vez?

Oigo que le pregunta a Pedro y vuelve al teléfono.

—Dijo algo como Heroína, creo.

¿Es en serio? Está escalando.

—Voy para allá —digo de inmediato —. Espérame ahí.

—Si vienes tienes que comprar, eso lo sabes. Además no te quiero ver, quiero estar solo.

Cuelgo. No voy a escuchar sus excusas. Me pongo una chaqueta y salgo de casa sin darle explicaciones a mis padres. Supongo que ya no las esperan. Mi desesperación por correr por Michael hacen que olvide que no me arreglé el cabello y que mi cara tiene el mismo maquillaje de ayer. Así que debo parecer una piñata golpeada.      

Mala compañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora