Dos por uno

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«¡Felicidades, Emma! ¡Son dos hermosos varones!» la voz del médico se veía apagada por los gritos estridentes y llenos de vida de los recién nacidos.

«No, no puedo...» suspiró la joven madre de 17 años, exhausta

«¿Cómo los vas a llamar?» preguntó con curiosidad el médico federal destinado en la prisión de Phoenix, en Arizona. Sin decir nada ante la angustia de Emma, continuó «Ah, sí eso seguro, no será fácil criar a los dos entre estos muros, pero después de todo, no vas a estar mucho tiempo aquí, ¿eh? Entonces...¿esos nombres?»

Emma no reaccionó. Nunca había querido a esos hijos. Neal, el padre, la había seducido, empujado a hacer cosas ilegales y por su culpa, había acabado entre los muros de la prisión federal. No, definitivamente, no quería tener el menor recuerdo de él, aunque fueran esos seres indefensos. Y además, ella, ¿cuidar de los niños? Imposible...

El Dr. Jones se acercó a la joven recostada, con un bebé en casa brazo, con una sonrisa tonta en el rostro. Parecía que no se daba cuenta de la tristeza de la joven madre. ¿Cuál no fue su sorpresa cuando ella se negó a cogerlos para el primer contacto piel con piel? Él nunca había visto eso. No lo comprendía.

«Emma...cógelos...Te ayudará, pero míralos, al menos. ¡Son hermosos y en plena forma!»

«No, por favor...Estoy segura que encontrarán una familia cariñosa y mucho más respetable que yo...Compréndame, no soy capaz de criar a esos niños, yo no...»

Sus palabras se ahogaron en un sollozo. El Dr. Jones, estupefacto, dejó a los dos hermanos en un gran capazo doble, los cuales, aunque con pocas horas de vida, ya se parecían como dos gotas de agua. Una enfermera se los llevó al nido de la cárcel.

«Emma, los pequeños se quedarán en el nido dos días, lo justo para darles los cuidados pertinentes y hacerles los exámenes necesarios...Si cambias de idea...»

«No será así, gracias doctor» giró la cabeza hacia la ventana, dando por concluida esa conversación con el médico, quien se levantó, y salió de la habitación, con el entusiasmo por los suelos.

Por estar embarazada, unos meses después de entrar en prisión Emma tuvo derecho a una celda equipada medicamente, con una cama confortable. Aunque no era de un gran lujo, al menos había tenido la suerte de estar sola en su habitación, y no ser molestada por los ronquidos y otras preguntas indiscretas de otras detenidas. Fue en ese momento, cuando las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, que ella apreció la soledad de la que se había beneficiado.

«Toc, toc, toc, ¿se puede?» preguntó una vocecita tras la pesada puerta de metal verde oscuro.

Sin esperar la respuesta de Emma, que se secó las lágrimas lo más discretamente que pudo, una joven enfermera de 18 años apareció en el umbral de la puerta. Jane era recién diplomada y había obtenido su primer puesto en la prisión federal para mujeres de Phoenix. Sí, era duro y ella, al principio, había tenido miedo, pero finalmente se había acostumbrado a las presas y a la vida carcelaria. Siguiendo el embarazo de Emma, había acabado por conocerla. En prisión, las relaciones con los otros cambian y Emma, que no se relacionaba con las otras presas, apreciaba la presencia de Jane que la sacaba un poco de su monótona rutina de cada día. Casi tenían la misma edad y se llevaban muy bien.

«¡Les he visto, a tus pequeñines, son hermosos! ¡Felicidades a la joven mamá!»

«No te entusiasme, Jane, no me voy a quedar con ellos...» respondió Emma con voz monocorde

«¿Cómo es eso de que no te los vas a quedar? ¡Están muy bien de salud, son super guapos, serán el orgullo de su mamá!»

«¡No, voy a rellenar los papeles para darlos en adopción, Jane! ¡No puedo quedármelos!»

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