¡Todos a la playa!

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Apenas había amanecido y ya el sol de verano golpeaba intensamente sobre el pequeño pueblo de Storybrooke. Con la boca pastosa por el alcohol de la víspera, Emma se despertó prontamente, impaciente ante la idea de ir a buscar a su hijo a casa de los Mills. Se preparó rápidamente y se puso sus últimas prendas limpias, un sencillo top blanco ajustado y unos vaqueros ceñidos. No estaba muy vestida, pero con ese calor, no podría soportar nada más, de todas maneras.

Bajó con rapidez a la cafetería donde se sorprendió de no cruzarse con Ruby en su lugar, sin duda no estaría aún despierta, tan temprano un domingo. Se disponía a pedir su tradicional carburante de la mañana, un gran chocolate caliente espolvoreado con una fina película de canela, cuando pensó en la señora alcaldesa. Seguro que apreciaría un café a tan temprana hora, pensó ella.

Así que con dos grandes vasos de cartón en la mano se dirigió hacia Mifflin Street, con el corazón ligero.

Tras esperar en el porche unos minutos que le parecieron una eternidad, la puerta del 108 finalmente se abrió

«Buenos días, mamá, ¿has dormido bien?» le preguntó Henry con una sonrisa haciéndola entrar

«¡Hola, chico! Sí, he dormido muy bien, ¿y tú? Espero que no hayáis hecho demasiadas locuras y que os hayáis portado bien ayer por la noche, ¿eh?»

«Por supuesto mamá, ya nos conoces...»

Emma no sabría decir por qué, pero notó un deje de ironía en las palabras de su hijo.

«Ya, precisamente por eso...» Además, sorprendida de que haya sido el muchacho quien hubiera abierto la puerta, continuó «¿Tu madre no está?»

«Sí, sí, pero aún duerme, creo. Bueno, voy a buscar a Matt, acababa de levantarse. ¡Entra, ya vengo!»

Henry subió las escaleras, dejando a Emma sola en el gran salón. Con las dos manos aún ocupadas por los vasos, no sabía dónde sentarse. Tenía miedo de manchar, de estropear el perfecto orden de esa casa perfecta...Así que se quedó plantada en mitad del salón, de espalda a la entrada, observando los colores del sublime jardín a la luz de la mañana.

«Miss Swan...»

La voz había aparecido de la nada, y cuando Emma se dio la vuelta, se encontró casi nariz con nariz con la alcaldesa, que parecía que solo había tenido tiempo de ponerse una bata. Emma se quedó subyugada por la belleza de la morena: sin maquillaje, los cabellos apenas peinados, tenía la impresión de estar descubriendo a una nueva señora Mills, diferente, más natural, pero sobre todo...mucho más vulnerable. Emma tenía consciencia de que ella no se mostraba así ante nadie y su corazón se hinchó de placer. Le parecía que Regina le estaba concediendo un privilegio, un favor, y ella tenía que mostrarse a la altura.

Se acercó instintivamente a ella para saludarla.

«Buenos días, Regina...Yo...le he traído un café» recordó de pronto «Espero que no esté frío...He supuesto que lo querría sin azúcar, así que tenga...»

Regina no respondió inmediatamente, ni siquiera le cogió el café de las manos. Se contentó con observarla, lo que dejó algo incómoda a la rubia. ¿Habría hecho algo que no debía? Finalmente, Regina rompió ese silencio perturbador y cogió el vaso que Emma le tendía. Le sonrió, con una de esas sonrisas de política, que era difícil decir si eran sinceras, mientras continuaba mirándola a los ojos, como si quisiera sondear su alma. Regina parecía disfrutar de un placer malsano desestabilizándola, y viendo cómo su rostro de descomponía.

«Gracias. Ha supuesto bien...»

«Hum...Bien...Voy a recoger a Matt y a marcharnos» dijo Emma, que quería sobre todas las cosas acabar con ese malestar entre ellas «Pero, ¿dónde se ha metido...?»

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