Primer encuentro

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Inmediatamente tras colgar, Matthew había sentido que un peso se le iba de los hombros. Tenía que anunciarle a Regina que aquel al que había acogido en su casa no era su hijo, y temía su reacción. Había bajado al salón y la había encontrado en el sofá, leyendo tranquilamente un libro. Ella le había sonreído tiernamente al verlo llegar ante ella.

«Tengo que decirle una cosa...señora Mills»

«¿Señora Mills? ¿Por qué me llamas así, Henry? ¿Y por qué me tratas de usted?» el rostro de Regina, normalmente impasible, había adquirido entonces una expresión de incomprensión total.

«Voy a ir derecho al asunto. No soy Henry» había respondido el joven Swan, que ya no sabía dónde meterse «Disculpe haber abusado de su amabilidad y su hospitalidad. Henry está llegando y yo voy a tener que irme»

«Espera, ¿qué estás contando, Henry? ¿Me estás gastando una broma, es eso? ¿Le has pedido a tus amigos que se escondan tras las cortinas para ver mi reacción y reíros juntos mañana?»

Regina se había echado a reír abiertamente, pero la expresión seria que Matthew tenía en su rostro inmediatamente la calmó.

«No, Regina, no es una broma. Me llamo Matthew, Matthew Swan, y vivo en Boston. Henry es mi hermano gemelo»

«Pero no, ¿cómo es posible...? Pero...» el pánico se podía leer en los ojos enloquecidos de Regina

«¿Se acuerda de la cicatriz en mi clavícula?»

Como Regina no respondió, él continuó

«Me caí de la bicicleta cuando era pequeño. Aterricé sobre una gran piedra y me hice un profundo corte. Tardó un mes en cicatrizar completamente. No me herí en el campamento. Perdón por haberle mentido...»

«Pero, ¿entonces dónde está Henry?» había preguntado Regina que parecía de repente haber entrado en razón.

«Bien, en este momento, diría que ellos no deben estar lejos de Portland»

«¿Ellos? Pero ¿con quién está mi hijo?» Regina casi había gritado esta última frase, una angustia sorda le oprimía el corazón

«De hecho, él quería conocer a nuestra...madre. Está con ella, en ese momento...»

Matthew no se había atrevido a mirar a Regina, temiendo su reacción cuando comprendiera que Henry había preferido marcharse a Boston para conocer a una desconocida sin decirle nada a ella, que lo había criado desde siempre. Ante la ausencia de reacción de Regina, aún con la boca abierta, y que parecía hervir de rabia, él había continuado

«Parece que ella ha descubierto nuestra pequeña...broma esta noche. En este momento, están de camino. No deberían tardar mucho. Le pido perdón. Lo he hecho por él, no quería molestarla»

«¿Cómo es que te llamabas?»

La voz de Regina era calmada, reposada, pero en el interior, gritaba. No quería dejar transparentar nada, como era su costumbre. En su profesión o en su vida, la señora alcaldesa era la reina del comedimiento. Jamás elevaba el tono, jamás se dejaba invadir por la cólera o la emoción, prefiriendo la fría venganza o el desprecio más absoluto.

Pero en cuanto se trataba de Henry, de su hijo, era otra cosa. En esos momentos, cuando sentía a su hijo en peligro, sus ojos brillaban con un resplandor anormal, y sus emociones, por costumbre tan bien escondidas, no podían ser disimuladas. Su hijo era toda su vida, todo lo que tenía, y todavía no había nacido nadie que le pudiera tocar un pelo de su cabeza sin sufrir la ira de su madre.

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