Descubrir el pasado

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«Cuénteme...» le había pedido Regina con un tono suave.

Entonces Emma comenzó el relato de su agitada vida, entre abandonos y repetidas adopciones, pequeños actos de delincuencia y primeros amores, de su nacimiento hasta su encarcelación. Le contó su vida en las diferentes familias de acogida, las familias que había amado y las otras que le habían hecho daño. Le habló de Ingrid, que la había acogido cuando tenía 15 años, que había soportado su adolescencia difícil con amor y que, aunque no era su madre biológica, la consideraba hoy en día, como su única y verdadera madre. No le ocultó nada. No sabía explicar por qué, pero hablarle le hacía bien. Regina, sin embargo, era una extraña que conocía apenas unas horas, pero se sentía en confianza y, extrañamente, no se sentía juzgada.

Regina bebía sus palabras y la escuchaba atentamente. Cuando llegó al nacimiento de los gemelos, las lágrimas comenzaron a aparecer y Emma tuvo que hacer una pausa en su relato.

«Regina...Me gustaría que los chicos estuvieran aquí. Será la primera vez que les hable y me gustaría compartir este momento con los dos. Vamos a buscarlos, por favor...»

«Lo comprendo. Vamos...» respondió Regina amablemente

Emma se dirigió entonces al salón y escuchó un débil «gracias» a sus espaldas. Se dio la vuelta y vio a Regina que la miraba fijamente, con una mirada tan profunda que clavó a la rubia al suelo.

«Gracias» repitió «por lo que acaba de contarme. Creo que nadie se había confiado de esa manera a mí. No sé cómo reaccionar. Veo que su vida ha estado jalonada de constantes pruebas y le pido, por favor, que me perdone por haberla juzgado tan rápidamente a su llegada»

Emma le sonrió sinceramente y las dos caminaron hacia el salón. Ninguna huella de los chicos...

«¿Henry? ¿Matt?» gritó Emma

«Creo tener una idea de dónde se esconden» le respondió Regina «Cuando era pequeño, Henry tenía un escondrijo en el jardín. Pasaba la mayor parte del tiempo ahí, imaginándose historias de caballeros, princesas y reyes. ¡A veces, no lograba que saliera en horas! Pienso que ha querido enseñárselo a su hermano»

¿Emma estaba soñando? ¿Regina acababa de decir "su hermano"? Esa sencilla palabra hizo sonreír a Emma. Ya está, parece que ella ha aceptado a un recién llegado a su familia tan cerrada. Quizás haya aún un pequeño lugar para su madre biológica, pensó Emma con esperanza.


La suavidad de la tarde de verano volvía la atmosfera mucho más respirable que durante el día. Emma apreció el aire fresco que soplaba y le daba dulcemente en el rostro. Divisó, presidiendo regiamente el centro del jardín, un magnifico manzano.

«¡Qué hermoso árbol...! ¡Supongo que debe amar las manzanas!»

«¡Las adoramos, y me gusta cocinarlas también! ¿Sabe? Este árbol es importante para mí, lo planté el día en que traje a Henry a casa. Necesitaba algo que pudiera simbolizar su nacimiento y llegada a mi vida, ya que no lo había llevado en mi interior. Y el símbolo del árbol que entierra sus raíces en mi jardín era bastante significativo para mí»

«Es magnífico...» Emma no sabía si hablaba del árbol o de lo que le acababa de confiar Regina. En ese instante, supo que Henry no habría podido tener mejor madre que Regina. El esplendor de ese árbol, además de simbolizar la llegada al mundo de Henry, evocaba mucho más. Representaba el amor de una madre por su hijo. Y Emma se conmovió.

«¡Mire, están allí! ¡Henry, Matthew, vengan aquí, por favor!»

«¿Qué? ¡Espera mamá, le estoy enseñando mi castillo a Matt!»

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