Vuelta a casa

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La falta de sueño, el deseo irrefrenable de volver a ver a Regina o incluso la sed de venganza...Emma no habría sabido decir lo que la inspiraba hasta ese punto. Pero en apenas pocos minutos, había escrito un largo email que releyó una última vez antes de enviárselo a su destinatario.

Gold,

«Los secretos están para ser descubiertos», ¿es eso lo que dicen? ¿Qué diría usted si le dijera que los suyos no solo serán descubiertos, sino que han caído en manos de la policía? ¿Demasiado estúpido, no?

Imagino que no se tomará este email en serio. Sin duda piensa echarlo a la papelera después de apenas haberle echado un vistazo. No se lo aconsejo. Y sería de su interés leer atentamente lo que sigue.

Sepa que nadie más a excepción de Regina Mills y yo estamos al corriente de sus tejemanejes, como poco, condenables. Si solo estuviera en mi mano, hace tiempo que lo habría denunciado para que se pudriera en la cárcel. Pero una promesa es una promesa y no pienso romperla por un mierda como usted.

Sin embargo, le puedo asegurar que si me entero algún día que su comportamiento, que sus palabras o incluso sus intenciones van en contra de la señora Mills, de nuestros hijos o de mí misma (pues no dudo en absoluto que sabe quién soy), no solo pasará el resto de su miserable vida en prisión, sino que todo Storybrooke sabrá sus chanchullos pasados...incluida su bien querida Belle, que estará encantada de saber hasta qué punto la ha mantenido engañada desde el comienzo.

Y evidentemente, si me pasa algo malo por su culpa, sea consciente de que mis colegas sabrán dónde buscar para descubrir la verdad sobre lo que me ocurriera.

Espero haber sido lo suficientemente clara para su menguado cerebro.

E.S.

Satisfecha con ella misma, Emma apretó el botón «enviar» y con el corazón más ligero se volvió a acostar y concilió el sueño en pocos minutos.


Como todas las mañanas, Rumpel Gold abrió su tienda y encendió su ordenador. No había muchos clientes, mucho menos pedidos, pero a veces recibía algunos emails de potenciales compradores que buscaban tal o cual objeto. Así que había adquirido la costumbre de comenzar su día saboreando su café mientras leía sus correos electrónicos.

Exasperado por la cantidad de publicidad que había aterrizado en su bandeja durante la noche, apenas vio el correo sin asunto enviado por un tal ES. Curioso por descubrir lo que ese cliente desconocido iba a pedirle, abrió el email en cuestión. Su excitación profesional se esfumó rápidamente. En cuanto leyó las primeras líneas, perdió su sonrisa, y sus manos se humedecieron. Al hilo de la lectura, sintió su corazón acelerarse y su boca secarse.

El día que temía desde hacía años acababa de llegar. Regina le había dicho todo a la policía. El odio contra su hijastra le removió las entrañas y solo deseó hacérselo pagar. Después de todo lo que había hecho por ella, ¿así se lo agradecía? Se tomó unos instantes para sentarse en su silla, tras el mostrador.

Con el corazón en la boca, intentó pensar. Lo extraño del mensaje le saltó a la vista. Ese email no tenía apariencia de un email oficial. Si se hubiera tratado de un email proveniente de un comisario o de cualquier otro miembro de la policía, los autores habrían dado sus nombres y cargos. Todo indicaba que se trataba de un particular. Solo le hicieron falta unos segundos de reflexión para atribuir esas iniciales a esa Emma Swan. Al pensar en la joven, una sonrisa depredadora se dibujó en sus labios. Cuanto más leía el email, más comprendía que ella no tenía nada contra él. Estaba al corriente del pasado de Regina, ¿y? Los hechos se remontaban tan atrás que ya habían prescrito. En cuanto al asesinato de Daniel, nadie había podido probar nunca nada contra él, no iba a ser esa imbécil la que iría a encontrar algo allí donde los mejores investigadores del FBI se habían dado de bruces. Algo más tranquilo, volvió a respirar con normalidad y se puso a pensar.

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