La «Operación Tórtolas»

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Los días que siguieron transcurrieron apaciblemente. Como Regina había aceptado finalmente que Emma y los chicos se vieran sin estar ella, los Swan pasaban sus días con Henry. A veces, para su gran placer, Regina se unía a ellos. Los cuatros comenzaban a conocerse mejor. La madre de Henry había finalmente, si no aceptado, al menos tolerado la presencia de los dos nuevos habitantes en su ciudad. Aunque sabía que en algún momento debería pensar en ello, Emma nunca había abordado el tema de su presencia en Storybrooke, temporal o definitiva. Y Regina evidentemente no había lanzado la conversación por miedo a sugerirle la mala idea de quedarse.

La joven rubia apreciaba cada vez más la vida en Storybrooke y a sus habitantes. Ya había adquirido sus costumbres en Granny's y le gustaba bromear con Ruby o Belle. Sus nuevas amigas inmediatamente la habían acogido, y eso era un cambio con respecto a la impersonalidad de la vida en Boston.

No se volvió a presentar un momento tan íntimo como el de aquella noche. El último deseo de Emma era incomodar a Regina, así que no forzó las cosas y esperó a que la ocasión se presentara de nuevo. «Esto me basta» se auto convencía «veo a mis dos hijos y eso me basta para hacerme feliz» De todas maneras, ¿qué más podría desear? ¿Cómo una mujer como la señora Mills podría ni siquiera mirarla? Sin embargo, cuando pensaba en esa magnífica velada y sus despedidas, el corazón de Emma se encogía en su pecho.

Emma no dejaba transparentar nada y no se confiaba a nadie. Pero, aunque no fuera más que un niño, Matthew sabía cuándo su madre no estaba tranquila. La conocía mejor que nadie. ¿Cuántas veces se había confiado a él cuando un colega de la oficina no le caía bien, o cuando se había peleado con su novio o novia del momento...?


Una tarde, Matthew decidió tomar el toro por los cuernos. Y pronto no sería el único para las confidencias... Aprovechó la ausencia programada de su madre, invitada a casa de Ruby con su grupo de amigas, para pasar la noche en casa de los Mills y confiarle a su hermano sus futuras impresiones.

No había tenido que suplicarle mucho tiempo a Emma, que se alegraba ante la perspectiva de una velada entre chicas, por una vez sin niños por los alrededores. En cuanto a Henry, el azar hacía bien las cosas, ya que Regina pasaba también su noche fuera.

«¿Estás seguro de que no vamos a molestar a tu madre?» había preguntado Matthew, inquieto ante la idea de que Regina pudiera escuchar todas las ideas alocadas que se le habían pasado por la cabeza.

«Te aseguro que no, sale con Graham esta noche. ¡Tendremos la casa para nosotros solos!»

«Vale, ok» había respondido, poco contento ante la idea de que Regina saliera con el sheriff. Tendremos que hablar de ese, había pensado.


Desde que ella lo había abordado, un día de primavera, en la comisaría, Graham no lograba aún verse como el «novio» de la gran y poderosa alcaldesa Regina Mills. Aún no comprendía lo que ella hacía con él y por qué lo mantenía, cuando era conocida por sus numerosas aventuras de una noche. Él sabía que podría ser tirado a la calle de un día para otro sin explicación, pero no se quejaba. Como hombre pragmático y poco romántico que era, aprovechaba de las maravillosas noches con Regina sin pensar en el mañana.

Para Regina, Graham era el compañero fácil por excelencia. Nada de peleas, nada de celos, se veían cuando sentían la necesidad, y eso les convenía a los dos. Regina se negaba a cualquier historia que conllevara implicación y sentimientos. Ya las había tenido, hace mucho tiempo, y ya no tenía ni fuerzas ni voluntad.

Esa noche, simplemente tenían ganas de pasar un buen rato, comer bien y pasar la noche juntos. Así que se citaron, sin emoción ni prisas.

Sin embargo, mientras elegía el vestido para la velada, Regina de repente había pensado en Emma. Era verdad que a ella le gustaba arreglarse bien cuando salía con Graham. Le gustaba sentirse observada con ojos deseosos, ya fueran los de Graham o los de un desconocido cruzado en los restaurantes o bares a donde iban. Pero esa noche, se sentía diferente. Al elegir su vestido en el armario, sacó ese vestido soberbio que no se había puesto en años. ¿Por qué quería ponerse ese vestido tan provocador? Más que de costumbre, quería verse hermosa y deseable. ¿Para Graham? No, él nunca le hacía ningún cumplido sobre su ropa. Sin una mirada, esta acababa siendo retirada sin ternura, tirada al suelo, o a los pies de la cama. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué, entonces, la imagen de la joven sonriente aparecía en su mente en ese momento? Sacudió la cabeza para recomponerse, pero de todas maneras se puso el magnífico vestido ceñido, azul petróleo.

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