1998 (pt.2)

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Seis treinta de la mañana, el reloj no paraba de sonar y yo estaba inmóvil en la cama todavía

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Seis treinta de la mañana, el reloj no paraba de sonar y yo estaba inmóvil en la cama todavía. Acaricié suavemente la textura de las cobijas hechas de lo que parecía ser seda, y giré un poco la cabeza para alcanzar a ver a la cama de mis padres. Vi la mano aflojerada de mamá salir de entre las cobijas de las cama de en enfrente, para presionar el botón que detenía la alarma de su teléfono. Y en ese momento lo supe, ese sería el último día que vería aquellas manos, sería la última vez que vería sus rostros en no sé cuánto tiempo. Por lo que toda la noche recuerdos y más recuerdos se me habían venido encima cual avalancha. Era como si mis pensamientos saliesen de entre las sombras abrazando mi sueño, y arrastrándolo lejos de mí.

Vi la cara de mamá recostada en la almohada, ella estaba sonriéndome y mirándome con ternura. Se mantuvo así durante unos segundos y después me hizo una señal con los ojos para que me levantara. Sin oponerme ni un poco, salí de entre las cobijas y fui directamente al baño. Me paré frente al espejo mirando mi tan imperfecto rostro, con manchas de sol y mi alborotado cabello castaño que solo se rizaba cuando se le antojaba y cuando no, solo terminaba esponjado. Hice un gesto. Toqué mis mejillas sin color y mis labios tan secos que raspaban mi dedo. Bufé. Tenía tan pocas cejas que incluso me daba pena cuando las mencionaban, lo único más llamativo de mí eran mis ojos con heterocromía, mis ojos que eran distintos el uno del otro. Casi tanto como mi mente y mi cuerpo.

Fea.

Sonreí.

Tomé una ducha, cepillé mis dientes, me cambié y me quede nuevamente mirándome al espejo.

Sigues igual de fea.

Al salir de la ducha, me encaminé al pequeño balcón de la habitación. Me senté en una vieja silla de madera y deje que la calidez del sol iluminara mi rostro. Para después ir a desayunar, ya era un poco tarde, así que no había nadie en el comedor. Después de un rato, había llegado la hora de que mis padres partieran de regreso a casa. Me despedí de ellos deseándoles feliz viaje, y con un abrazo rápido sin siquiera verlos a la cara. Quería evitarme la nostalgia.

En mi mente había planeado decirles que los amaba, pero estando ahí en el momento, se me había hecho imposible. Las palabras se habían negado a salir, se habían quedado atoradas en mi garganta. Al verlos partir, suspiré hondo y me quejé internamente, preguntándome por qué me era tan difícil pronunciar aquella pequeña oración de tan solo dos palabras.

Denisse y yo regresamos adentro, yendo directamente a su oficina.

—Bueno, eso debió ser duro —dijo Denisse con una inocente sonrisa.

—No tanto como creí —mentí.

A juzgar por su expresión ella creyó que después de lo que me había dicho, yo le abriría mi corazón, pero siendo sincera, había cosas más probables. El renacer de Hitler, por ejemplo.

Avril - 1998Donde viven las historias. Descúbrelo ahora