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Me sentía ofendida por como había reaccionado Adriana, y ahora algo en mi me decía que tendría que darle una lección. Su risa burlona y mirada retadora, la hacía engrandecerse cada vez más, y eso aumentaba mi ira. Para ser honesta, desde el principio ella me había parecido una chica sin cerebro, completamente ambiciosa y orgullosa, que creía tener mucha valentía, pero la verdad era que no era así. Y eso había podido comprobarlo el día que asesiné a Denisse. Sus ojos se habían hundido en la desesperación, y en la penumbra del miedo.
«El día que asesine a Denisse», bien merecido se lo tenía esa perra.
Pensé.
Adriana me veía fijamente y yo a ella. Sonreí haciéndole ver que sufriría la derrota y su expresión se tornó sería. Ya se había dado cuenta que algo no andaba bien conmigo. Cuando menos se lo esperaba expulsé una gigantesca ráfaga de aire hacia ella, el impacto fue tan grande que la goma de cristal que cubría su brazo izquierdo, se desmoronó totalmente. Sonreí.
Unos témpanos de hielo afilados me golpearon por la espalda, pero gracias a la goma de cristal no sufrí daño alguno, solo sentí el impacto. Me giré para ver de dónde habían provenido, y mi sorpresa fue grande cuando me di cuenta de que había sido Mizuki quien los había lanzado.
No sabía que se podía hacer eso con el agua control.
Pensé maliciosa.
—Después me encargaré de ti —la amenacé—. Ahora tengo asuntos pendientes.
Sus ojos obscuros se llenaron de preocupación. Estaba temiendo mi contraataque pero también estaba preparada, yo por mi parte estaba tan ocupada tratando de castigar a Adriana que tanto Mizuki como los demás me dieron igual. La busqué con la mirada y sonreí al ver que seguía exactamente en el mismo lugar en el que se había quedado, al parecer sí tenía un poco de valentía después de todo, o tal vez sólo era tonta.
Formé una bola de agua y la lancé hacia ella, esta en el trayecto comenzó a tomar forma de puntas afiladas, que se congelaron convirtiéndose en tempanos idénticos a los que Mizuki me había lanzado. Era tanta la velocidad que habían tomado que Adriana no tuvo tiempo si quiera de esquivarlos completamente. Intento moverse pero dos de ellos aún alcanzaron a rasgarle el brazo que le había quedado al descubierto.
Un fluido rojo comenzó a salir de sus heridas, misma sangre que chorreaba manchando el suelo y sus tenis. Mi sonrisa se hizo más grande. La verdad era que estaba disfrutando el momento hasta que el profesor Collins me interrumpió.
—¡Para ahora mismo! No te conviertas en algo que no quieres —me gritó agitando las manos en el aire.
Pero que hombre tan molesto.
Puse los ojos en blanco.
El que moviera sus manos de esa manera no era nada más que una distracción. Una bola de mana blanca se acercaba a mí a una buena velocidad por la espalda, y sin siquiera tomarme la molestia de voltear a verla, una corriente de aire comenzó a hacerse presente a mi alrededor. Era como si estuviese en el centro de un tornado, la fuerza y la velocidad del aire fueron mayores, arrastraron la bola de mana alrededor hasta que lo detuve, y la bola salió volando con dirección al señor Collins. Reí, mientras esperaba a que saliera lastimado, pero él agilmente la esquivó, haciendo que mi sonrisa se esfumara.
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Avril - 1998
General Fiction¿Qué pasaría si te dijeran que realmente no estás loca? Que en realidad la voz que has escuchado en tu cabeza todo este tiempo es real, que no eres tan normal como pensabas, y que eres portadora de una habilidad que muchos desearan y te querrán arra...