6. El Abuelo de las Rosas

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Estaba totalmente en shock, no podía moverme o siquiera parpadear, pero tampoco tenía miedo

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Estaba totalmente en shock, no podía moverme o siquiera parpadear, pero tampoco tenía miedo. Simplemente estaba sorprendida por lo que veía.

Aquel anciano esbozó una cálida sonrisa hacía mí, estiró su mano y me ofreció una hermosa rosa roja aterciopelada. Dudé. Di un paso atrás. Tenía muchas preguntas pero no quería abrir la boca por miedo a asfixiarme. Tenía dos opciones, la primera era acercarme a aquel anciano y que me pasara quien sabe que, y la segunda, salir de ahí corriendo y gritando como una loca retrasada. Mi curiosidad era tan grande que opté por la primera.

—No tienes por que temer —sacudió la cabeza aún con la rosa en su mano—, no de mí, puedes hablar... si quieres.

Abrí la boca, sentía un nudo en la garganta, pero el anciano tenía razón, podía hablar. Caminé hacía él, estiré la mano y tomé la rosa. El anciano sonrió, llevo su mano al lugar vacío a su lado en la banca y lo palmeó un poco, era una señal para que me sentara a su lado. No dudé en hacerlo, para ese entonces ya las preguntas revoloteaban en mi cabeza inundando cualquier otro tipo de pensamiento.

—¿Quién eres? ¿Cómo sabes mi...

—Una pregunta a la vez —interrumpió suavemente.

El anciano no me veía, tenía la vista al cielo clavada en la nubes grisáceas, las ligeras gotas de lluvia caían directamente en su rostro pero él no parecía mojarse. Era real, no estaba en mi mente, era real, pero era... ¿un fantasma?

—Me llamo Sebastián, y se tu nombre por que te he estado observando —sonrió.

—¿Por qué puedo hablarte? —pregunté.

Había muchas otras preguntas que quería hacer, pero esa era la que más me causaba intriga en ese momento.

—Porque yo no quiero robarte...

"Robarte" ¿A que se refiere con eso?

Pensé y tragué saliva.

—No lo preguntes —advirtió cuando estaba a punto de hacerlo—. No soy yo quien debe aclararte todo esto. No por el momento.

Suspiré hondo preguntándome si aquel hombre podía leer los pensamientos.

—¿Entonces a qué vino? —dije rudamente.

No me gustaba que jugaran al misterio conmigo cuando se podía ir directamente al grano.

—A advertirte.

Arqueé ambas cejas. El anciano posó los ojos sobre los mios y borró su cálida sonrisa. Él tenía una mirada que inspiraba confianza aún cuando este se encontraba serio. Sus ojos eran de un hermoso azul suave que me hacía recordar el cielo en días soleados. Me sentía relajada, incluso después de que me hubiese dicho que venía a «advertirme». Aquí el enigma era... ¿a advertirme qué?

Avril - 1998Donde viven las historias. Descúbrelo ahora