19. El sueño

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Oí un chillar muy suave, supe que no era proveniente de una persona, si no de un animal

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Oí un chillar muy suave, supe que no era proveniente de una persona, si no de un animal. Sonaba como un canino. Abrí los ojos y efectivamente era uno.

Un gran lobo tan gris como el metal y de hipnóticos ojos amielados me observaba cuidadosamente. Estaba justo frente a mí, cuidando cada uno de mis movimientos con una mirada pacífica que me hizo confiar en él.

—¿Y tú eres? —le pregunté cariñosa, como si realmente el lobo fuese a contestarme.

Este dió un pequeño salto de alegría, y siguió chillando, pero ahora de felicidad, como si para él fuese una bendición que hubiese despertado. Me levanté del suelo y noté que tenía puesto un vestido largo, amplio y blanco, también estaba muy sucio y rasgado. Estaba en un bosque, y a mi alrededor no parecía haber nada más que árboles. Hojas naranjas cubrían el suelo, y alguno que otro tronco seco también adornaba el lugar.

A pesar de no tener la menor idea de donde me encontraba, no me sentía perdida. Había una sensación de familiaridad en el ambiente, una cálida y triste sensación.

—¿Cómo rayos llegue aquí? —me pregunté en voz alta mientras me levantaba.

El lobo volvió a chillar suavemente atrayendo mi atención. Lo busqué con la mirada, y noté que ya no estaba a mi lado, si no parado al inicio de una pequeña vereda que iba a través del bosque. Levanté la vista al cielo, me di cuenta de que se estaba nublándose, y pronto comenzaría a llover. Tenía que encontrar refugio. Decidí seguir al lobo, al fin y al cabo no tenía nada que perder, tal vez la vida, pero por alguna extraña razón sentía que ya la había perdido aunque siguiese en pie.

Había un vacío espiritual en mi interior, y era bastante fuerte.

Suspiré hondamente, y comencé a caminar detrás del lobo. Él se echó a andar más o menos a la misma velocidad de mis pasos, pero aún seguía frente a mí.

—Muy bien amigo, te confiaré mi vida —hice una mueca confusa.

Las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer derramándose por mi cabello y mi cara, y el viento se desató ligeramente haciendo que se me erizara la piel. Crucé los brazos tratando de taparme un poco el frío, no servía de mucho pero era como una costumbre humana hacerlo sin pensar.

¿Qué es este lugar? ¿Cómo y porque llegué aquí?

Me pregunté por primera vez.

Mi mente andaba vagando sobre huecos mentales, y eso me hundía en la soledad. En una tranquila soledad que a pesar de ser pacífica, no me satisfacía.

Con la lluvia, el bosque desprendía un olor a tierra mojada muy agradable, y hacía lucir todo limpio y hermoso en mi camino. Aunque la vereda por la que iba estaba rodeada de unas flores desconocidas un tanto tétricas, todas estaban secas y los capullos tenían la extraña forma de calaveras sollozantes, como si se tratara de almas en pena. Aquello me causo escalofríos. Los charcos de agua ensuciaban mi vestido con lodo cada vez que pasaba sobre ellos. Aunque intentará evadirlos era imposible, eran grandes y no había manera de sácales la vuelta, ya que los arbustos a las orilla no me dejaban ir más allá. Después de un par de minutos más, llegamos a una pequeña cabaña muy pintoresca, hecha de sillería, con pequeñas ventanas de madera al igual que la puerta. Por la lluvia no pude ver bien que era lo que cubría el techo, pero por lo que alcanzaba a notar tenía tal vez teja. Al verla corrí a la puerta y toqué un par de veces, al principio nadie contestó a mi llamado, y pensé que nadie vivía ahí pero cuando iba a tomar la perilla de la puerta para abrirla, alguien me abrió desde adentro.

Avril - 1998Donde viven las historias. Descúbrelo ahora