12. Culpa

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Abrí los ojos

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Abrí los ojos.

Me di cuenta de que estaba atada de manos y pies a una camilla, y tenía una bolsa de suero conectada a mi brazo. El hecho de estar atada no me gustó en lo absoluto y comencé a tratar de zafarme con desesperación. Ahí noté que mis brazos estaban llenos de moretones y cortadas.

Estaba a punto de gritar cuando un leve suspiro llamó mi atención. Giré un poco la cabeza para ver quién estaba a mi lado derecho y entonces lo vi. Era Ethan dormido en una silla, tenía una manta gris y peluda encima de su pecho, con la qué al parecer se había estado cubriendo el frío nocturno. Estaba confundida. Quería saber que era todo lo que había pasado y dónde estaba pero no quería despertarlo, así que solo recargué la cabeza en la almohada, y miré al blanco techo de lo que claramente era una habitación de hospital. Las lágrimas no tardaron en rodar por mis mejillas, al darme cuenta de que estaba atada por ser una maldita asesina. Por haberme comportado como un monstruo. Todo se estaba aclarando.

¿Cómo fuiste capaz de matarla? ¿Por qué lo disfrutaste? ¿Cómo es que sigues sin arrepentirte?

Me preguntaba a mi misma.

Las lágrimas me daban picazón al rodar sobre mi piel pero no podía limpiarlas. Hice un par de muecas apretando fuertemente los ojos hasta que oí una voz, la voz de Ethan.

—¿Tratas de hacer algún hechizo para zafarte? —río entre dientes.

Abrí los ojos inmediatamente. Estaba apenada.

—No —contesté confusa y me giré para verlo—. No soy bruja.

—Pero te gustaría serlo —rió entre dientes.

Su mirada se veían cálida, sus ojos brillaban bajó la luz al igual que su cabello y su sonrisa era tan pacifica que me hacía sentir tranquila. Sonreí aunque no quería hacerlo.

Ethan se quitó la manta de encima, noté que llevaba puesta una camisa negra manga corta un poco ajustada, aún llevaba el vendaje en el brazo, y vestía también unos jeans azul oscuro. Se levantó de la silla y limpió mis mejillas con la yema de su dedo pulgar, se agachó acercándose poco a poco, me dio un beso en la frente para después sentarse a la orilla de mi camilla. Yo no sabía que decir, estaba nerviosa y asustada, pero a la vez había sentido algo muy lindo en el fondo, muy en el fondo.

—Fuiste muy valiente —me dijo mientras me desataba.

—¿Por qué me desatas? —pregunté sorprendida y con miedo. En ese momento me di cuenta de que había comenzado a sentir miedo de mi misma.

—Yo no estuve de acuerdo en esto desde un principio —alzó los hombros—. Pero dijeron que solo era por si aún seguías siendo la Avril, destructora —rió entre dientes—. No se de que Avril hablaban, para mí luces tan normal como siempre.

Avril - 1998Donde viven las historias. Descúbrelo ahora