14. Partición

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Se arrastraba lentamente sobre la superficie de la hoja atrayendo toda mi atención

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Se arrastraba lentamente sobre la superficie de la hoja atrayendo toda mi atención. Desde que noté como se esforzaba para llegar a su destino, no pude ver nada más. Cuando las hojas caídas se le interponían enfrente, las rodeaba o les pasaba por encima, se movía tan lento que hasta había perdido ya la cuenta de cuantos minutos tenía mirándolo. Así de aburrida debía estar. El delgado camino baboso que iba dejando a su paso brillaba bajo la luz del sol, me preguntaba, ¿era pesado su caparazón? De repente se detuvo, tal vez estaba descansando.

Arrugué la nariz.

—Solo unos centímetros más y lo lograrás —le dije emocionada.

Según yo. Quería llegar al tallo. El caracol, como si comprendiese que le estaba diciendo, y como si sintiese los ánimos que le daba, se puso nuevamente en marcha. 10, 9, 8... comencé la cuenta regresiva para su llegada mientras el caracol se seguía arrastrando. Lo logró, llegó a su destino pero en lugar de subir el rosal, se escabulló debajo de una piedra.

—No te das por vencida ¿o sí? —me dijo una voz a mis espaldas—. De verdad es muy interesante ver raras especies, tu veías al caracol y yo te veía a ti.

Quedé anonadada, quería darme la vuelta pero no podía. Los pies me temblaban y sentía un nudo en la garganta, pues reconocí inmediatamente su voz, era él y por fin lo había encontrado.

—Sebastián —dije dándome la vuelta—. ¿Dónde demonios estabas? ¿Y por qué lo primero que haces al volver es insultarme?

—Oye niña, los espíritus también necesitamos vacaciones de vez en cuando —dijo engreído.

—¿Estás bromeando? —le dije con hastío.

—No, estaba cansado —entrecerró los ojos.

¿Los fantasmas se cansaban? Sonaba tonto e ilógico, pues se suponía que después de la muerte venía el descanso y sueño eterno. ¿O no?

—Pero ya estás muerto, se supone que ya estás en el descanso eterno ¡Es imposible que te canses! —le reproché.

—'Se supone' has dicho, sin embargo estoy aquí, tratando de ayudar a una niña terca y mal agradecida —me apuntó con su dedo índice—. Esto no es descanso eterno, no cuando tienes que trabajar incluso después de morir. Y soportandote de pilón.

Sebastian y yo parecíamos dos niños de cuatro años haciendo berrinche por una tontería. Me llevé la mano a la frente y suspiré hondo haciendo una mueca. Levanté la vista y logré ver que una chica me veía desde el balcón del segundo piso de los dormitorios, no perdía detalle de cada cosa que yo hacía, podía jurar que pensaba que estaba loca. Ella solo podía verme a mí y no a Sebastián, y pues bueno, yo también me miraría raro si estuviese en su lugar. Para todos era como si estuviese discutiendo conmigo misma, como si estuviese teniendo locas alucinaciones. La miré fijamente y junté ambas cejas, mi mirada fue tan pesada que dio un par de pasos atrás y entró corriendo a su habitación, azotando la puerta detrás de ella.

Avril - 1998Donde viven las historias. Descúbrelo ahora