Aquellos ruidos... Gemidos, gruñidos, pies arrastrándose por las hojas otoñales o pasos errantes que daban vueltas y vueltas sin cansancio, no me dejaban dormir. Era una tortura. ¿Valía la pena seguir? ¿Vivir con pánico, dormir con un ojo abierto, huir permanentemente? Eran las dudas que asaltaban seguidamente mi mente... El suicidio se me ha ocurrido como solución, pero la posibilidad de que hayan más supervivientes me ayudaba a seguir.
Me retorcí sobre la rama del árbol donde había dormido y verifiqué que las cuerdas estén bien sujetas. Se me había ocurrido que lo más seguro era dormir en los árboles, donde ninguno de esos... monstruos podía alcanzarme ni visualizarme, aunque daría todo por cuatro paredes que sofoquen esos torturadores ruidos.
Miré hacia abajo, molesta, y vi que sólo habían tres de ellos. Tomé mi arco y saqué una flecha, la cual la até con una cuerda a mi muñeca, así cuando le daba a uno de ellos podía tirar de la cuerda y recuperar el proyectil.
Le disparé a los tres y me dispuse a volver a dormir, aunque divisé una flecha clavada en el árbol de enfrente y se veía de buena calidad. Probablemente de acero inoxidable, cuando las mías eran de madera.
Desaté la cuerda que envolvía mi cuerpo, la cual me mantenía sujeta al árbol para no caer mientras dormía, dispuesta a ir por la flecha. Guardé la cuerda y luego tiré al suelo mi mochila de viaje, para de forma siguiente, saltar yo.
Caminé con mi sigilo característico hacia el árbol y desclavé la flecha, con algo de esfuerzo. Supuse que algún viajero nocturno le había errado a los monstruos y se había olvidado de recogerla.
La probé en el arco y escuché un ruido detrás mío. Rápidamente me di vuelta, dispuesta a usar lo que acababa de adquirir.
A centímetros de mí, un castaño de ojos azules me apuntaba al entrecejo con su ballesta, al igual que yo a él, aunque con mi arco. Sus ojos eran fríos, carentes de emoción.
-Devuélveme mi flecha.-dijo moviendo la ballesta como si gesticulara con ella. Sus labios delgados se fruncieron y me dejaron ver uno de sus dientes. Parecía, casi, un gruñido.
-¿Qué flecha?-dije.
-No te hagas la idiota-bufó-la que tienes apuntándome, chica.-arrugó un poco la nariz.
-Cállate o nos van a escuchar-escupí con desprecio y moví el arco de forma amenazante, acercando la flecha a él.
-No nos va a escuchar nadie-dijo un poco alterado y se puso aún más en la defensiva. Los músculos de sus hombros se tensaron.- tengo el perímetro asegurado. ¡Ahora dame la puta flecha!-gritó
-Cállate maldito-le dije abalanzándome sobre él para tumbarlo al suelo y callarlo de un golpe. Ambos caímos como peso muerto. Disparó su ballesta, cuya flecha se clavó en el costado de mi tórax-¡Hijo de puta!-grité llevando mi mano a la herida.
-¡Quítate de mi camino!-dijo e intentó sacarme de encima suyo, pero me aferré con las piernas a él y le pegué un puñetazo con la poca energía que me quedaba.- ¡Maldita sea!-volvió a gritar.
Me moví de encima de él y, después de golpearlo y dejarlo medio aturdido, me arrastré hacia mi arco, el cual cayó lejos de mí. El dolor punzante que sentía a mi costado era insoportable, era como si mil agujas se clavaran en la zona afectada, aunque la adrenalina no dejaba que me detenga. Escuché cómo se levantaba y se acercaba a mí, entonces desesperadamente tomé mi arco y agarré una de las flechas desparramadas en el suelo y tiré de la cuerda del arma, con todas las fuerzas que tuve. Para cuando la flecha estuvo posicionada, lista para disparar, él se tiró sobre mí, poniendo sus dos piernas a los costados de mi cintura y alzó tu ballesta apuntando a mi cara. No había logrado reaccionar, y, encima, el arco volvió a caer lejos de mí. Cayeron mis extremidades a ambos costados. Sus ojos penetraron los míos; las bolsas bajo sus ojos hacían que éstos se vean como soñolientos, un efecto que lo hacía parecer alguien tranquilo. No combinaban con su estilo rudo y sus músculos casi de boxeador, o sus jeans rasgados y sucios. Entrecerré un poco mis ojos, también azules, de forma desafiante. Era una especie de... Guerra de miradas. Un ruido nos distrajo a ambos, y miramos a nuestra izquierda: unos siete de los monstruos se acercaban.
Oh, mierda.
El hombre rápidamente se quitó de encima mío. Supuse que me iba a dejar para que me devoren, ya que, obviamente, no estaba en condiciones para luchar.
Sin embargo, se agazapó frente a mí de forma protectora y, para cuando ellos estuvieron cerca, él comenzó a disparar su arma. Dispara, recarga. Dispara, recarga. Dispara, recarga. Parecía que ni siquiera veía si llegaba la flecha a su objetivo, ya que apenas el proyectil comenzaba a surcar el aire ya lanzaba otro, a una velocidad extraordinaria.
Los siete muertos cayeron al suelo y él se levantó. Acomodó su chaleco de cuero alisándola con la mano y colgó su arma en su hombro. Me vio, tendida en el suelo, vulnerable.
-Ven...-dijo y se arrodilló al lado mío, ayudándome a sentarme. Gemí al sentir la flecha aún clavada y me apoyé contra un árbol para no caerme. Me levanté la remera para ver los daños.
-Si querías sexo me hubieras dicho antes de todo esto.-dijo alzando las cejas. Se alejó y comenzó a sacar las flechas de las cabezas de esos geeks.
-Cállate idiota.-dije con poco aliento al ver cómo corría la sangre desde la altura de mi ombligo hacia mis piernas.-Dios mío...-la herida dolía fatal y lo único que podía hacer era preparar un improvisado torniquete sobre la flecha para aguantar hasta encontrar suministros médicos. Hurgué en mi mochila con mi mano izquierda y saqué un cinturón. Grité cuando tuve que hacer presión con él sobre el daño.
-Déjame ayudarte...-dijo acercándose, luego de recoger las flechas. No tuve fuerzas para resistirme, así que dejé que me terminara de acomodar el cinturón. Sus manos eran hábiles y rápidas; cerré los ojos con fuerza ante el punzante dolor, apreté mi mandíbula como nunca antes y me dejé llevar por el tacto de sus manos.
-Mierda.-musité como pude y me levanté costosamente, ya cuando había terminado. Apenas estuve erguida, me desplomé en el suelo, devuelta.
-Eh eh eh eh...- dijo mientras se agachaba y me levantaba.-Vamos.-pasó mi brazo izquierdo al rededor de sus hombros y tomó mi mochila con su mano izquierda, mientras que con la derecha sostenía mi cintura, evitando gentilmente la herida. La primera mano mencionada, además de sostener la mochila, tenía mi mano que caía de sus hombros. Su piel era áspera, seca, callosa y caliente.
-No... necesito... tu... ayuda...-susurré y apreté la zona de la herida para intentar detener la hemorragia. Otro gemido de dolor.
-Sí la necesitas. Es una forma de decir "disculpas", también.-dijo con su voz grave.-Lamento haberte clavado esa flecha. En verdad, no era mi intención.
Sí, claro.
Luego, se volvió todo negro.
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