CAPÍTULO 21

250 17 11
                                    

Tenía nada más cinco años. Estaba sentado en la banca de un parque, mirando a los demás niños jugar con canicas, a saltar sogas o futbol. Su mata de cabello negro le dejaba ver sin problema como los demás se divertían y reían. ¿Por qué él no? Siempre había sido un niño serio y callado, pero también le gustaba jugar. Le hubiese encantado que lo invitaran a unirse a alguno de los juegos, pero como no parecía que algo así fuese a pasar decidió él mismo a pedir unirse.

- Ahí viene... -Oyó decir a una niña. Ignorando ese comentario que casi sonaba como una advertencia, siguió acercándose.

- ¿Puedo jugar? - Preguntó el pequeño de ojos color verde radioactivo y cabellera negra como la profundidad del universo.

Los demás niños lo miraron de pies a cabeza con desagrado.

- No. - dijo uno de ellos. - No, no puedes.

- Nos das miedo. - Agregó otra niña. - Si uno te mira bien pareces... ¿Cómo se llamaba?

- ¡Esos animales tan feos que cuando pisas con un zapato muy duro hacen "Crack"! - Dijo otro niño. - ¡Un escorpión! Me dan escalofríos el solo verte.

- A mi hermano lo picó un escorpión cuando se fue de excursión. - Dijo una niña.- Y sigue enfermo.

- Mejor vete. - Añadió otra niña, no te queremos aquí.

- ¡Vete!

- ¡No te aceptamos con nosotros!

- ¡Fuera de aquí!

Sergió hizo una mueca de llanto, pero se recalcó mentalmente que llorar no le serviría de nada, solo haría que se burlen más de él o que lo lastimen, oque algunas pocas personas lo compadezcan. Lo tenía bien aprendido.. Se dio media vuelta y se alejó corriendo. Su menudo cuerpecito le permitió correr entre la gente que le miraba entre asombrada y confundida. ¿Un niño como él de verdad existía?

Llegó a casa y buscó a sus padres. Aunque estos ya habían dejado en claro que no querían ni verlo, él quería un abrazo de su mamá. Tal vez al verlo tan triste se apiadaría y querría apapacharlo aunque sea un momento. Qué equivocado estaba.

- Mamá... - Balbuceó, casi llorando.

- Ah; ya estás aquí. - Dijo con indiferencia la mujer de treinta años. - Matt, Sebastián llegó a casa.

- Me llamo Sergio. - Dijo el pequeño, sujetando los bordes de su camiseta y aguantando a duras penas su llanto. ¿Cómo era que su propia mamá no se acordaba de su nombre?

- Es lo mismo. - Dijo el hombre que se suponía que era su padre, entrando a la sala. - ¿Ya te vas a poner a llorar? ¡No seas maricón! - Lo sujetó de un brazo y lo sacudió bruscamente.- Ya sabes como te irá si empiezas a llorar.

Sergio sorbió por la nariz y secó sus ojos.

- Sí, papá...

- ¡No me digas papá! ¡Yo no tengo hijos fenómenos y lloricas como tú! - Lo tomó de la camiseta y lo empujó, no con intención de tirarlo al suelo, sino de hacerlo avanzar. - Sube al auto, ahora. - Miró a su esposa. - Vamos, cariño. Hoy es el día. -  Miró a Sergio. - ¡Te he dicho que te muevas, ¿No?! ¿¡O acaso quieres despertar respirando por un tubo!? ¡SUBE AL AUTO!

.................

Debía agradecer que al menos le habían dejado llevar con el a Xión, su peluche favorito, un pequeño león de ojitos de botón, al cual iba abrazando mientras el carro avanzaba por la carretera.

Academia EscorpianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora