La maldición

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Ritsu caminaba medio paso detrás de su hermano; no podía dejar de mirarlo. Su expresión insondable y su silencio prolongado no eran nada nuevo, sin embargo sabía que estaba demasiado preocupado. En su silencio, casi podía escuchar los pensamientos bullendo en su cabeza como un panal de abejas perturbado. Temía preguntar. Aunque su pregunta viniera nada más que desde un lugar de sincera preocupación, sabía que a su hermano le molestaría sentirse interrogado. El esper siempre hacía un esfuerzo sobrehumano por ocultar sus emociones, y enfrentarse al hecho de que éstas se volvían de alguna forma visibles para los demás, incluso para las personas más cercanas, sólo conseguía volverlo más autoconsciente y sumarle mucho estrés.

Ritsu no necesitaba hablar. Shigeo sabía exactamente lo que quería preguntar. No porque fuera telépata, sino simplemente porque lo conocía demasiado. Estuvo consciente de su mirada clavada en él durante todo el camino.

Aún se sentía culpable por haber permitido que su hermano se encontrara en fuego cruzado entre él y sus frustraciones. Molesto, porque lo veía como una especie de animal salvaje y peligroso. Enojado consigo mismo, porque sí tenía razones para verlo así. Y triste, muy triste, porque no podía hacer nada para cambiarlo.

- Ritsu... ¿Qué pasa? -se volvió a él con voz calmada, decidiendo que quería enfrentar el asunto.

El menor dio un ligero respingo, casi imperceptible, cuando se dirigió a él ("Fui muy obvio", pensó) pero procuró sostenerle la mirada para que no pensara que que estaba receloso de él.

- Nada... Te noto algo diferente, ¿estás más alto?

Un acceso de rabia atravesó la mente de Shigeo como un rayo. Sintió que su hermano intentaba distraerlo, diciendo la primera cosa que se le vino a la cabeza para engatuzar su ego y apaciguarlo, cuando la verdadera pregunta que quería hacer era sobre su estado de ánimo. Pero se disipó con la misma velocidad, al notar que las palabras de Ritsu no estaban tan alejadas de la verdad: mientras siempre había tenido que levantar un poquito el mentón para hablar con su hermano, ahora encontró que la línea de su mirada recaía sobre las cejas del menor. No pudo evitar sentirse bien consigo mismo por haber alcanzado a su hermano, al menos en estatura.

El menor no esperó respuesta. Habían llegado a su casa y se adelantó para encabezar el camino al interior.

En el recibidor, Shigeo se sintió aliviado de poder quitarse al fin los zapatos. Había tratado de no darle importancia, pero hacía un rato que sentía que le molestaban. Estiró la punta del pie para alinearlos prolijamente al lado de los de su hermano, y se detuvo en contemplación al notar algo peculiar.

-Hermano... ¿Qué pasa? -se volvió hacia él Ritsu, al notar que el mayor se demoraba en la entrada.

- Um, nada... -Seguramente no era nada digno de mencionar que el borde inferior de sus pantalones parecía haber recedido, y ahora enseñaba un par de centímetros de tobillo.

- Tu voz se oye un poco extraña... Debes estar por pescar un resfrío; deberías darte un baño caliente -sugirió el hermano.

- Ah, sí...

Shigeo subió a su habitación en silencio, mientras Ritsu abría la heladera buscando algún tentempié. Shigeo tenía aún mucho en qué pensar. Se sentó por un momento en el piso de su habitación mientras repasaba los eventos de esa noche.

Era inevitable. No podía quitarse del todo esa sensación inquietante después del encuentro con esos espectros. Le habían prometido una maldición y llegado el momento, le habían alcanzado. ¿Estaba maldito ahora? ¿De qué clase de maldición se trataba? No habían sido muy específicos. ¿Tendría mala suerte en el amor?

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