Rebember.

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"No soy nadie. No tengo nada. Ni las estrellas que descansan en el cielo, ni los colores del atardecer. No soy nadie, no tengo nada"



Víctor abrió los ojos lentamente, acostumbrándose a la oscuridad del apartamento. Se levanto, sintiendo los pequeños trozos de cristales a sus pies, y simplemente se colocó los zapatos. Cada movimiento, parecía ser forzado, quizá era su instinto de supervivencia lo que le hacia moverse todavía, incluso si no quería hacerlo.

Sintiéndose mareado, meneó la cabeza de un lado a otro, intentando disipar las sensaciones. Cansado y lleno de una sensación de ahogo que no le dejaba tranquilo, se dispuso a ponerse de pie, pero eso ya era una tarea difícil, y volvió a sentarse en la cama, intentando recuperarse.

Los ojos le ardían de tanto haberlos tallado, y estaban hinchados a causa del llanto; los constantes vómitos, eran otro problema, desde hace un buen tiempo, su estómago no soportaba más de algunos bocados; su mal humor, sólo era otro de los problemas.

Dejó de lado todo lo que tenía encima, suspiro profundamente, y se incorporó con suma lentitud; sus huesos tronaron en al mismo tiempo, entonando una dolorosa sinfonía; los músculos agarrotados rogaban por un poco de movimiento, pero pese a las necesidades de su cuerpo, su mente clamaba seguir hundida en un profundo lugar de ensoñación.

En donde era feliz, en donde aún no había acabado nada. En donde existía Yuuri.

A paso lento, llego hasta el baño. Que ya era un asco. Había ropa y productos por todos lados.

Se miró al espejo, su aspecto era verdaderamente lamentable. Tenía los ojos hundidos y rojos, en tan solo tres semanas, había bajado de peso a una velocidad alarmante, al grado de que las costilla en comenzaran a notarse, y su vientre a colgarse. Incluso parecía haber envejecido.

queñas cortadas en sus mejillas y brazos, fruto de los vidrios que había esparcidos por todo el suelo de la habitación debido a sus constantes ataques de
ira, habían dejado marcas que cicatrizarán en unos días, con suerte, no se vería rastro de ellas. Su cabello desordenado y sucio, y su barba ya crecida, sin duda
era un personaje sumamente patético.

Y él mismo podía darse cuenta de ello.

Sus ojos azules volvieron a llenarse de lágrimas mientras seguía frente al espejo;
su reflejo, era la prueba perfecta de que estaba muriendo poco a poco. Y aunque pareciere que iba a romper en llanto, no pudo derramar ni una lágrima, quizá su cuerpo ya no daba para más.

Su alma.

Su espíritu.

Él.

Todo se desvanecía en lo profundo de un abismo, que sin piedad, devoraba los
anhelos.

Eres asqueroso...

Con un suspiro lastimero, se aleja lentamente del espejo, y enjuaga su rostro con agua fría. El sonido de su celular le llama la atención, pero lo ignora. Llevaba días sonando con insistencia, pero realmente no le importaba contestar o algo parecido.

Sólo quería que lo dejaran en paz.

Hace tiempo que ignoraba las llamadas, y apenas si le interesaba saber quién era la persona que interrumpía su pequeño infierno privado.

Seguro era Yuri, para saber cómo estaba...pero ni él mismo podía definir su estado en esos momentos.

Quizá, "perdido" era lo que más se acercaba a lo que sentía...No sabía cómo recuperarse, y menos, sabía si podría hacerlo.

•°Pequeños Milagros°• (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora