Die

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"No existen sueños, en alguien que tiene el alma muerta

Necesito que estés aquí, para que me ayudes a cargar con la tristeza que yo no puedo soportar"



El sentido de todo, se había perdido de un momento a otro, como si jamás hubiese existido.

El sentido de sonreír, o trabajar. Incluso levantarse de la cama era una tarea que le dejaba exhausto. Había renunciado a su trabajo, a sus sueños, y a la vida; porque continuar viviendo era demasiado doloroso, no podía siquiera intentarlo.

Cada latido de su corazón, punzaba su pecho y lo hacia doler, hasta el aire parecía ser demasiado pesado, y lo asfixiaba. El médico había dicho que todo estaba en su mente, y que, cuando saliera delante, todos malestares se irían.

Como si fuera tan fácil. A veces, ni siquiera podía llorar. En ocasiones, soltaba algunas lágrimas, pero éstas, se desvanecían casi al instante; sin dejarlo soltar todo lo que llevaba guardado.

Ni siquiera entendía qué sentía, porque...¿Cómo podría vivir con eso? La constante y agobiante sensación de querer estar muerto.

Esa sensación de estar sofocado en ocasiones, que a veces hacia que gritara hasta quedarse sin voz, y que enterrase sus uñas en la piel, sin detenerse a siquiera pensar en el dolor, y en las marcas que dejaría en su piel. Como si alguien tomase su cuello, y apretara con fuerza, ahorcándolo.

Era agotador sentirse así.

Víctor estaba cansado, tan harto. La sensación de miedo no desaparecía, y lo inundaba, dejando una sensación incomoda en su pecho, que lo hacia querer llorar desconsoladamente.

Y cada vez que intentaba no recordar más lo sucedido: todos los buenos momentos llegaban a su mente como un torbellino que amenazaba con destruir cada parte de su razón. Atacaban de forma hiriente, y una voz en su cabeza le susurraba que era su culpa, y le recordaban a cada maldito segundo, que se merecía ser tan miserable como lo era en ese instante. No se merecía nada, ni siquiera lastima.

Estaba atrapado.

El silencio del apartamento que alguna vez resultó confortante,
ahora era la peor de las torturas, y sus demonios amenazaban cada vez más con devorarlo, para hacer que su alma perdida y rota fuese destruida en su totalidad.

Pero te lo mereces.

Sí, maldición, sí, lo merecía; merecía cada minuto de ese sufrimiento.

Víctor dejó salir un sonido de dolor digno de un animal herido, y se acurrucó entre el montón de vidrios rotos, haciéndose un ovillo. Apenas pudo entreabrir sus ojos, los tenía irritados e hinchados de tanto llorar.

Divisó, entre los trozos de cristal y madera, una fotografía de su boda con Yuuri. Extendió la mano y tomo el pedazo de papel con delicadeza, como si le diera miedo romperlo.

Lentamente, llevó la fotografía a su pecho, y jadeo de dolor. Un dolor que salía de su alma. Sus labios secos, se abrieron apenas un poco.

—Vuelve—pidió con la voz rota. Pidió a la nada, suplicante—Vuelve, mi amor...vuelve...—decía, mientras se encogía cada vez más, intentando tolerar el dolor que se albergaba en su pecho, y recorría su cuerpo como si fuese veneno.

Una lágrima silenciosa bajó por su mejilla, y a esta le siguieron cada vez más. Al mirar la fotografía de nuevo, a través de su vista nublada, sintió una punzada que le hizo gritar,
y como si quemara el sólo ver el rostro de la persona que más amaba,  lanzó el pedazo de papel fuera de su vista.

•°Pequeños Milagros°• (EN EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora