Capítulo VI

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Un día, sin esperarlo, llega alguien a tu vida que repara tu viejo columpio, lo pinta de colores, le asegura las cadenas, te empuja suavemente y te sostiene. Entonces, te atreves a levantar tus pies del suelo y sientes que puedes volar. Lo había elegido a él, porque es la persona con la que me sentía feliz, es la persona que tengo en mente siempre, por la cual me arriesgue a decirle todo lo que sentía y no me importo nada. Es él la persona que me deja pensando cosas durante todo el día, siempre me pregunto qué está haciendo, en donde estará, es él la persona por la que me moriría de celos si alguien más lo mira o le dice algo, la persona por la que seguiría a pesar de todo, era él, no lo cambiaría por nada. Siempre creí que el amor era algo que nos obligaba a alimentar una esclavitud caprichosa, pero de eso no se trataba. Somos libres cuando sentimos que en nuestra vida a llegado el amor, cuando entregamos todo, es libre quien ama hasta lo más supremo. Y quien ama hasta lo más supremo, se siente libre. Pero cuando amamos, somos responsables de lo que sentimos, no podemos culpar a otros por aquello que sentimos. Nadie pierde a nadie, porque nadie es dueño de nadie. Y ese es el verdadero significado de la libertad, tener lo más grande del mundo sin dominarle.

A nuestras vidas llegaran muchas personas, eso lo tengo claro, a veces cambian tu vida y la hacen un poco menos compleja, día a día, sonriendo y teniendo la certeza de que lo mejor está por venir. Extraño, singular, de ese tipo de individuos por los que sentimos que se vale luchar y si me hubiera tocado elegir un momento, lo más probable es que escogiese este, porque había aprendido que la vida no es solo pasar las hojas del calendario, si no comprender que cada una de esas hojas es única e irrepetible, mi corazón se queda pequeño en comparación a esas personas.

Pero, existen otras personas con las que naces, que cuando llegas a este mundo ya se encontraban en él, como las ramas de un árbol, crecemos en direcciones diferentes, pero nuestra raíz es una sola, así la vida de cada uno, siempre será una parte esencial del otro.

Mi hermano Clayton, así era su nombre, Clayton Milligan. Vendría desde New York, con planes de casarse con su novia Hailey Cooper aquí en California, el lugar donde ambos crecimos. Mi hermano conoció a Hailey en una parada de autobús, una chica pelirroja, de ojos verdes y piel muy clara. Con el tiempo se hicieron novios y decidieron mudarse a la ciudad de New York, de donde era ella originaria, con el propósito de independizarse, pasaron 2 años desde que se fue y solo 2 meses para preparar la boda, que sería en una semana.

Junto con mis padres, decidimos ir a recogerlos a ambos al aeropuerto. No habían cambiado mucho, ella lucia igual, solo que su cabello estaba más corto y Clayton seguía viéndose como lo recordaba, cabello claro, con esos rizos que adoraba, sus ojos avellana al igual que yo, pero para esta oportunidad se había dejado crecer un poco la barba, de igual forma lucia bien. Me encontraba muy entusiasmada por la boda, así que me ofrecí para ayudar en lo que más pudiese, además, había muchas cosas que quería contarle a mi hermano.

—Así que te casas, ¡eh!

—Al parecer sí.

—Hailey debe estar muy emocionada, ¿Cómo se lo propusiste?

—Fue algo increíble, ya sabes cómo me gustan las cosas. La invite a dar un paseo en globo aerostático, cuando estábamos en el punto exacto, mientras tomaba sus manos, le sugerí que dirigiera su mirada hacia el costado y fue ahí cuando vio la frase "¿Quieres casarte conmigo"? escrita en la malla de otro globo que se encontraba suspendido junto al nuestro.

—Debió ser espectacular.

—Lo fue. La mire a los ojos y estaban llenos de lágrimas, me había dicho que sí.

Amor AmericanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora