Capitulo XIV

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La disciplina no es solo un conjunto de reglas de comportamiento que sirven para mantener el orden y la subordinación, no. La disciplina, es un valor, un valor difícilmente de adquirir, es quizá el soporte y el motivo de una vida buena. Cuando adquirimos disciplina, podemos orientarnos completamente hacia el propósito de alcanzar nuestras metas y sueños con sencillez.

Pero pasa algo cuando no hay disciplina con nosotros mismos, habitualmente acabamos ayudando a alguien más, a que sea capaz de lograr sus sueños y metas, dejando a un lado nuestras habilidades y la certeza de que somos nosotros capaces de lograr muchas cosas.

Es difícil aceptar la realidad que tenemos a diario, pues, esta suele ser un poco cruel en ocasiones, pero aquellos que trabajan y aquellos que potencian a otros, se albergan en un sitio llamado conformismo y ahí se quedan estancados, en un anhelo de confianza y aprobación a causa de la falta de disciplina.

Muchos le temen al emprendimiento, que les puede brindar libertad, sencillamente porque llevan claro que no poseen la disciplina como para llevarlo a cabo. Algunos le llaman suerte, otros que son casualidad y algunos van más allá afirmando que es genética, pero yo creo que es constancia, sacrificio y sobre todo disciplina.

Cada domingo, debíamos limpiar los cuartos, y nunca podía haber una sola partícula de polvo pues, en cualquier momento podía ocurrir una inspección, pero como si lo hubiera augurado, así sucedió. Eran las 09:25 horas, el sol despedía unos fuertes rayos y oímos la campana sonar, eran los instructores.

— ¡Inspección sorpresa señores! —Grito uno de los instructores.

Cada soldado debía salir y esperar a que los instructores ingresaran a la habitación y esperar afuera mientras ellos realizaban la inspección, si hallaban un solo rastro de suciedad, de desorden o descuido, los soldados que ocupaban dicha habitación serian castigados. Uno a uno los cuartos iban siendo intervenidos, algunos pasaban, mientras otros eran castigados con series de ejercicios bajo los incesantes rayos del sol. Luego de varias habitaciones, había llegado el momento del nuestro.

—Teegarden y Lawrence. —Manifestó uno de los instructores.

—Perfecto, ¡adelante! —Respondió otro de ellos.

Mientras ellos realizaban aquella inspección, Ian y yo esperábamos afuera a la expectativa de saber si nuestros cuarto estaba lo suficientemente ordenado, como para evitar la sesión de bronceado que nos esperaba si no fuese así, podía ver por el espacio que quedaba entre la puerta y el marco, como uno se encargada de revisar los armarios, no solo para asegurarse que se encontraba bien doblada cada prenda que allí se encontraba, si no para tener la certeza de que no se estuviera alojando elementos extraños camuflados entre los uniformes, mientras otro hacia lo mismo con los cajones y otro verificaba que las camas estuvieran bien tendidas y sin una sola arruga, pero a medida que lo hacían, pasaban el dedo por cada rincón reexaminar que no hubiese polvo.

Afortunadamente, todo estaba bien y nos exoneramos de aquel baño de sol, pero al entrar al cuarto, todo era un desastre, el armario y los cajones abiertos, las prendas tiradas y todo se podía apreciar como si un huracán hubiese pasado por allí.

— ¡Vaya! — Exclamo Ian.

—El verdadero concepto de "Inspección" ante nosotros, amigo. —Dije.

— ¡Oh no, mi carpeta!

— ¿Qué guardas allí? —Pregunte, mientras Ian intentaba recoger varias hojas del suelo.

—Cosas mías, algo sin importancia la verdad.

—Pero... ¡esto es increíble! —Exclame, mientras le intentaba ayudar a recoger— Son muy bellos, ¿Los has hecho tú?

Amor AmericanoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora