Querido Andrés

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Me alejé rápido de ahí con Haniel siguiendome por detrás.

—Tranquila, no camines tan rápido.

Me tocó el hombro.

—Déjame.

—No se que es lo que pasó hace un momento, ¿porqué actuaste así? Normalmente eres menos agria con la gente. Adrián no me agrada nada, pero tu comportamiento con él fue... diferente. ¿Estás enojada con él? ¿Y conmigo? Yo soy el que debería estar enojado, tu saldrás con él hoy.

—¿Enojado? —reí sarcástica— ¿Porqué? Sólo somos amigos.

Caminé más rápido dejando atrás a Haniel.

Estaba enojada. Muy enojada. ¿Qué pretendía Adrián quedando cómo héroe? Mi experiencia me decía que sólo quería una cosa, y no me dejaría utilizar ni manipular por palabras endulzadas con azúcar artificial. Haniel no sabía porqué estaba enojada. Aunque igual estoy enojada con él, y conmigo. Es decir, volví a ser tan estúpida que me dejé besar "por educación". ¡Que se joda la educación! Debo de entrenar mi mente para que no vuelva a caer en esos trucos baratos o se me harán caries en el oído.

—¿Estás bien?

Volvió a posicionarse a mi lado. Yo lo ignoré, no tenía tiempo ni cabeza, todo estaba bien, si el recuerdo de Uriel no hubiese llegado a mi mente en esos momentos, hubiera caído de nuevo.

Me apresuré y entré al salón. Por desgracia, Haniel se seguía sentando detrás de mi.

La profesora comenzó su clase y me recosté en el asiento de modo que mi trasero estaba a punto de caer. Cuando coloqué mi cabeza en el respaldo, sentí que me agarraban el cabello. Voltee enojada y gruñí, la profesora me regañó por distraerme, así que no tuve de otra más que mirar al frente y dejar que Haniel me acariciara el cabello.

Cuanto más me lo tocaba, más me relajaba. Llegué al punto en que había olvidado mi enojo por completo (mi enojo con Haniel, claro). Adrián seguía en mi lista negra, porque, aunque quiera verse como héroe, había maneras mejores que contratar a alguien para acosar mujeres.

Un suspiro se me escapó.

—¿Estás mejor? —me preguntó Haniel. Asentí con la cabeza. Y era verdad, me sentía mucho mejor. Las caricias de Haniel eran relajantes, antiestrés, eran muy delicadas y tranquilizadoras. ¿Cómo podía ser eso posible? Eran caricias normales, como cualquier otra.

La clase terminó y repentinamente me volví a sentir enojada. No quería que nadie me tocara.

—¿Vamos a las canchas?

Ignoré su pregunta y me alejé dejándolo, seguramente, desconcertado.

Caminé hasta los baños porque sentí unas inmensas ganas de...bueno, lo que hacen las mujeres en un baño (y no hablo de verse en el espejo y maquillarse).

—Vachel, ¡espera!

Entré al baño sin prestar atención en que Haniel me llamaba. Pero hoy, precisamente hoy, me sentía irritable.

Solté mi mochila y la dejé afuera de la puerta del sanitario en el que me metí. Me bajé los pantalones y me senté. El malestar de mi estómago disminuyó un poco, pero me seguía doliendo.

Por algún extraño presentimiento me asomé a la taza. ¿Por que oriné rojo?

—¡Oh, no! —exclamé

—¿Estás bien?

—Haniel, ¿eres tú?

—Si, soy yo. ¿Te encuentras bien?

Lluvia de EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora