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Esmeralda estaba ansiosa por conocer al revoltoso Leonardo

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Esmeralda estaba ansiosa por conocer al revoltoso Leonardo. Su madre había hecho una reunión familiar para informarles acerca de la llegada de su amiga junto con su hijo. Esmeralda debería dejarles su habitación e iría a dormir con Coti por unos días, hasta que ellos consiguieran un sitio donde quedarse. No le gustaba demasiado la idea, pero no había nada que pudiera hacer, en su casa, a los padres no se les discutía.

Pero guapo no era suficiente para describir al chico, era alto, de pelo lacio, largo y castaño oscuro anudado en un rodete desprolijo, tenía los ojos verdosos y achinados y un hoyuelo se le marcaba en la mejilla derecha apenas hacía un movimiento de la boca. Era muy delgado, pero tenía los hombros anchos y un tatuaje enorme le atravesaba todo el brazo derecho. Se veía algo rebelde, desaliñado y temerario, pero eso, a Esmeralda le pareció divertido.

Subieron al bus mientras la pequeña Coti le contaba a Leo sobre lo divertida que era la ciudad, con sus playas y su gente, que se conocían todos y que pronto se haría de muchos amigos en la escuela. Leo no le prestaba mucha atención, su mirada vagaba por el camino y las casas que se veían sencillas y campestres. Había mucha gente en bicicleta y mucha caminando, hacía calor, pero la brisa del mar se llevaba esa sensación de agobio que solía experimentar en la capital. El olor a sal ya le picaba en la nariz y una sensación de que quizá no todo sería tan malo se le instaló en la mente.

—¿Eres una especie de cantante de rock o algo parecido? —La aguda y persistente voz de Constanza lo trajo de regreso.

—No... es decir, toco la guitarra, pero... no soy un cantante de rock ni nada parecido —explicó.

—¿En serio? ¡Esme canta! —dijo y miró a su hermana—. Quizá podrían hacer un buen dueto —añadió.

—No lo creo, Coti —respondió Esme algo avergonzada, ese chico le resultaba intimidante y empezaba a sentirse incómoda.

Lo nervios hicieron que se pusiera a sudar, odiaba que eso le sucediera, primero las manos, luego el cuello y pronto el cabello se le empezó a pegar en la frente. Leo la miró y sintió repulsión, esa chica era realmente obesa y él se preguntaba cómo es que no hacía nada para evitarlo. Las chicas que él acostumbraba a frecuentar vivían a dieta y se creían gordas incluso cuando no tenían absolutamente ni un solo gramo de más. Su teléfono sonó y lo sacó para ver el mensaje, era de Vicky.

«Espero que te portes bien allá, me molesta la idea de que te quedes en casa de una chica. Estás en la playa, hay bikinis, cuerpos bronceados y mucho sol...»

Leo levantó la vista para mirar a Esme, su frente estaba perlada por el sudor y respiraba agitada. Sonrió tratando de aguantar la risa que le causaba el mensaje de Vicky y se dispuso a responderle.

«Si vieras a la chica en cuya casa viviré, pondrías tu mano en el fuego por mí».

Esme odió esa sensación, estaba segura de que el chico se estaba burlando de ella. Odiaba esas miradas, odiaba sentirse de esa manera, como si la gente hablara a su alrededor, como si su aspecto fuera un tema importante de conversación como si el ser gorda le diera al resto el derecho a burlarse. A veces intentaba pensar que aquello solo sucedía en su cabeza, que en realidad la gente no se reía de ella sino de alguna otra cosa. Por ejemplo, Leo podría estar riéndose de un chiste que alguien le mandó por mensaje, pero luego la vio mirarla y advirtió la repulsión en sus ojos, la sonrisa burlona en sus labios, y bajó la cabeza en un intento de que aquello no le afectara y tratando de convencerse a sí misma que no era de ella de quien hablaba.

Ni tan bella ni tan bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora