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Volver de la escuela no fue sencillo, a Esme le dolía muchísimo el tobillo y se le había hinchado bastante. Durante toda esa mañana evitó a Leo, quien anduvo solo por los pasillos saludando a chicas que se le acercaban y conversando con uno que otro que venía a ofrecerle una bienvenida. El chico a quien había osado desafiar en clase lo miraba a la distancia rodeado por su grupo de amigos y parecían conspirar algo en su contra. A Leo no le importó para nada, no les daba miedo un grupo de adolescentes pueblerinos de una triste escuela católica.

A la salida buscó a las chicas para caminar con ellas, pero no las vio, se dirigió entonces a su casa y por el camino encendió un cigarrillo. Decidió ir por la pequeña costanera del pueblo y así envidiar la felicidad de aquellos que aún estaban de vacaciones y que ya no eran muchos, por lo que el pueblo estaba más calmado que de costumbre. Un hombre vestido en bermuda y con una camisa estilo hawaiana le habló justo cuando pasó en frente.

—¿No eres muy joven para estar fumando? —preguntó. Leo se detuvo a verlo, era un señor mayor porque tenía el pelo platinado por las canas, sin embargo, se veía atlético.

—¿No es usted muy viejo para ponerse una camisa como esa? —replicó.

—Vaya, todo un chico malo —dijo el señor con una sonris. Leo solo negó con la cabeza y siguió su camino.

Llegó a un banco y se sentó en él a respirar un poco de aire puro. Observó a aquel señor caminar hasta el muelle donde ingresó a uno de los botes que se veían más exclusivos. El nombre del barco era «Belleza» y el chico pensó que en realidad era una hermosa máquina. Un rato después vio al señor parado en la proa fumándose un cigarro, sonrió y caminó hasta allí. La verdad era que quería ver esa máquina más de cerca.

—¿No que el cigarrillo hacía mal? —preguntó Leo.

—Yo no dije eso, dije que tú eras muy joven para fumar... Además, sí hace mal, pero en alguien como yo ya no importa, pero en alguien como tú... —añadió el hombre con una sonrisa divertida.

—Tampoco importa... —dijo Leo encogiéndose de hombros—. Es lindo, el yate —dijo señalando el bote.

—Lo es... ¿quieres verlo? —inquirió el hombre y Leo asintió. El señor le indicó que subiera y amablemente le enseñó todo.

—Está buenísimo... Supongo que es suyo...

—Ya pasé la edad en la que me gustaba meterme en propiedades ajenas para probar adrenalina, muchacho —dijo divertido—. Es mío, significa mucho para mí —añadió con aire melancólico.

—¿Es usted de acá? —inquirió Leo.

—No, soy de Lapacho, una ciudad a un par de horas de aquí, pero mi barco se queda en esta playa y lo vengo a revisar cada que puedo —explicó.

—¿Navega? —preguntó el chico.

—Ya no tanto... pero de vez en cuando lo hago. ¿Navegas? —inquirió.

Ni tan bella ni tan bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora