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La mañana de aquel día de primavera había amanecido perfecta, justo como si lo hubieran planeado, como si el cielo hubiera conspirado para que todo estuviera en orden

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La mañana de aquel día de primavera había amanecido perfecta, justo como si lo hubieran planeado, como si el cielo hubiera conspirado para que todo estuviera en orden. Hay parejas que pasan por relaciones tumultuosas, hay otras que discuten mucho, pero hay algunas, como la de Leo y Esme, que simplemente son, y desde muy jóvenes saben que simplemente serán.

Una vez que decidieron estar juntos, luego de haber pasado por sus propios tormentos y dificultades personales, las cosas simplemente se dieron. Él se mudó a un departamento cercano al de Esme y pasaban mucho tiempo juntos, no siempre haciendo algo, a veces solo estaban en el mismo sitio cada uno en lo suyo, estudiando —en el caso de Leo—, o componiendo alguna nueva melodía —en el caso de Esme—. No solían discutir, salvo por alguna que otra tontería sin demasiada importancia, todos sus amigos les decían que parecían un matrimonio y ellos simplemente sonreían. Así pasaron los meses, solían visitar a la familia, quienes ya estaban tan acostumbrados a verlos siempre unidos, que habían asumido que en cualquier momento se mudarían a vivir juntos, o como esperaba la madre de Esme, se casarían antes de hacerlo.

La relación de ellos era una mezcla entre amistad, amor y pasión, una pasión que siempre era contenida y refrenada por el deseo de Esme de esperar hasta el matrimonio. Lía solía burlarse de ella de manera jocosa por esa decisión, solía decirle que esas cosas de la religión no tenían sentido. Esme le replicaba que para ella sí lo tenía y no era una simple imposición de su religión, sino algo en lo que ella realmente creía y una decisión personal. Además, solía molestarse un poco y entrar en grandes discusiones con su amiga de la universidad, ya que Lía solía embanderarse con las causas de defender el derecho a elección de cada ser humano, y Esme solía reprocharle lo incoherente de defender algo así y criticar su decisión de hacer lo que quería con su cuerpo cuando esa decisión implicaba abstenerse del sexo. Era una discusión de nunca acabar, pero ambas se respetaban y se querían, así que una de las dos terminaba por cambiar de tema.

Leo no tenía ningún problema de esperar a su chica el tiempo que ella considerara necesario, había aprendido que el verdadero amor libera, respeta, espera y no hace nada que la otra persona no apruebe. Sin embargo, se encargaba de hacerla sentir bella y deseada todo lo que podía y Esme, disfrutaba de eso.

Hacía menos de seis meses el chico le había pedido matrimonio. Ya ella había terminado su carrera y él estaba por hacerlo, creía que una vez que acabaran la universidad podrían por fin alquilar un departamento en la ciudad y vivir juntos. No importaba lo pequeño que fuera, él ya estaba trabajando y Esme tenía proyectos con una banda que acababa de formar con unos compañeros de universidad, así que podrían solventar una vida juntos, aunque no con muchos lujos, pero sí con mucho amor. Esmeralda asintió emocionada al ver ese anillo de compromisos en forma de rosa. Y esa mañana de domingo, en medio de la primavera, ambos sellaron su unión ante el Dios en el que Esme creía, para siempre.

Esme se había puesto a dieta —como toda chica—, antes de su boda. Había aceptado que nunca sería una de esas muchachas escuálidas que eran la moda de las jovencitas, pero siempre podía intentar verse mejor.

Ni tan bella ni tan bestia ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora