Capítulo 22

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Aquí estábamos, en un tren camino al Capitolio. Llevábamos unas 2 horas de viaje y ya quería llegar. Es raro que yo—Katniss Everdeen—deseara llegar nuevamente al Capitolio, pero es que esta vez iba en un plan completamente diferente a terminar en una arena con 23 tributos más que intentarían matarme.

A tan solo una hora de haber empezado el viaje Peeta me pidió que fuéramos a nuestra habitación asignada. Ya que era un viaje bastante largo, el tren estaba lleno de habitaciones. Tan pronto como tocó la cama se quedó dormido, yo por mi parte no tenía sueño. Mi conversación con Gale no dejaba de correr por mi cabeza. Lo que sentí con su cercanía me atormentaba. No era que hubiera disfrutado de tener a pocos centímetros de mí a Gale, pero debo admitir que tampoco me había disgustado del todo. Esto me atormentaba. Tenía un novio maravilloso y, que como siempre lo pensé, era demasiado para mí. Peeta no merecía a una mujer que sintiera cosas dentro de ella cuando otro hombre se le acercaba, pero tampoco estaba dispuesta a perder a mi chico del pan.

Después de mirar un buen rato por la ventana y lograr sacar a Gale de mi cabeza me metí en la cama con Peeta. Aún no tenía sueño pero empecé a detallarlo—otra vez—. Como siempre, se veía perfecto, sus risos, sus pestañas, su perfecto color de piel. Amaba cada parte de Peeta, incluso las cicatrices que, bien sabía, tenía por mi culpa. Seguí observándolo por unos momentos más hasta que por fin el sueño vino a mí.

Eran las 9 de la mañana cuando abrí los ojos. Peeta no estaba a mi lado y una bombilla de pánico se encendió dentro de mí. No sabía exactamente porque me sentía así, estábamos dentro de un tren. Creo que mi subconsciente se sentía culpable por lo de Gale y pensaba que Peeta podría abandonarme por eso.

Mire a mis lados sentada sobre la cama buscando señales de Peeta pero nada, lo único que había era un papel sobre la mesa de noche. Tomé el papel en mis manos y me tranquilice al leer lo que el papel decía.

Me levanté antes y fui a desayunar. No te quise despertar. Te esperaré donde tú ya sabes.

Donde tú ya sabes. Peeta y yo durante nuestros viajes en tren por culpa de los juegos descubrimos que todos estos trenes especiales y lujosos, tenían una pequeña habitación que resultaba muy íntima y acogedora. Estaba completamente retirada de las demás habitaciones y nadie de los que solía viajar en estos trenes la utilizaba. Desconocíamos completamente para que era esa habitación, pero era nuestro secretito. Era un refugio secreto.

Una media hora después, estaba frente a la puerta de la habitación secreta. Se suponía que Peeta me estaría esperando. Faltarían unas cuantas horas más para llegar, así que sería interesante pasarlas junto al amor de mi vida en un lugar donde nadie nos encontrara.

Entré y cerré la puerta detrás de mí. No había nadie en la habitación. Solo estaba un gran sofá y una mesa. Me quedé parada justo ahí, en la mitad del cuarto, dándole la espalda al sofá para mirar por la ventana. ¿Me habría equivocado con el donde tú ya sabes? No. Si no era aquí ¿Dónde más? Mientras todas estas preguntas se cruzaban por mi cabeza unos brazos rodearon suavemente mi cintura. Yo conocía perfectamente bien esos fuertes brazos que rodeaban mi cintura. Me habían sostenido en los peores momentos y me habían abrazado en los más alegres.

-¿Buscando a alguien?—preguntó Peeta a mi oído.

Una pequeña risa salió de mí y me di la vuelta para quedar mirándolo. El espacio entre los dos era mínimo, se necesitaba menos de un paso para romperlo.

-Esperaba al amor de mi vida—dije.

-Espero que ese sea yo—la cara de Peeta era atravesada  por una gran sonrisa.

Rompí el pequeño espació que había entre sus labios y los míos con un rápido movimiento—colocando mis brazos alrededor de su cuello y halándolo hacia mí—Sus labios se aplastaron sobre los míos y me besó lentamente. Antes de separarnos para poder tomar algo de oxígeno, Peeta mordió suavemente mi labio inferior.

-Me vuelves loco ¿te lo he dicho?—dijo Peeta.

-Acabas de decirlo—respondí con una pequeña risa, pero sin evitar colocarme roja.

-¿Se está burlando de mí, señorita Everdeen?—dijo divertido.

-Para nada—una mezcla de sarcasmo y diversión en mi voz.

-Tendremos que arreglar eso.

Antes de que pudiera haber contado hasta 3, ya estaba en los brazos de Peeta. Me soltó dejándome acostada en el sofá. Era grande, cómodo y muy bonito. Se sentó a horcajadas sobre mí y empezó a recorrer el contorno de mi cara con su nariz. Pequeños besos empezaron a ser repartidos por mi rostro. Y con cada beso una pequeña frase, de esas cursis que le gustaban a Peeta, como:

Eres lo mejor que me ha pasado.

Mis noches se convirtieron en un día soleado por ti.

Eres todo para mí.

Y frases así fueron apareciendo mientras me daba pequeños besos en toda la cara. Después de unas cuantas frases más, por fin besó mis labios. Se separó un poco de mí.

-Esto siempre lo he sabido, pero ahora estoy más convencido que nunca. Haría cualquier cosa por ti. Daría cualquier cosa por ti. Moriría si fuera necesario. Nunca me había enamorado antes y enserio me alegra saber que solo te amaré a ti, Katniss. Si eso no es amor, es lo mejor que tengo.

Sus ojos fijos en los míos. La profundidad de lo que dijo me había dejado a mí sin palabras. Como me dije anoche, no lo merezco. Mis ojos se llenaron de lágrimas hasta el punto de desbordarse.

-También fuiste, eres y serás mi único amor, Peeta. Y si lo nuestro no es amor, no me importa ¿sabes? Para mí es amor y eso es lo que cuenta.

-Te amo.

-Te amo infinito, Peeta Mellark.

Nuevamente nuestros labios estaban juntos. No sé exactamente durante cuánto tiempo estuvimos sobre el sofá besándonos, diciéndonos cuanto nos amábamos y etcéteras. El momento era perfecto y solo algo logro sacarnos de nuestra ensoñación, la voz en los altavoces diciendo que ya habíamos llegado a la estación del Capitolio.

La chica en llamas & El chico del pan ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora