Esa noche, todo transcurría como las demás. Cenamos, Peeta se acostó conmigo en mi cama, me abrace a él y me quedé dormida. Tuve una pesadilla, nada comprado con las que me atormentaban antes de tener la compañía de Peeta, ésta era peor. En mi sueño, todo estaba negro, yo estaba ahí, de pie, en la mitad de todo, cuando una luz se vía al fondo, camine hacia ella, debía ser la salida de este horrible lugar donde escaseaba la luz. Al llegar ahí, seguí caminando siguiendo un camino de alfombra, al final del camino había un ataúd, me pregunte de quién sería, y ahí estaba él, con sus risos rubios bien peinados, un traje negro y sus bellos ojos azules cerrados. Era Peeta. Acaricie su mejilla mientras las lágrimas se derramaban por mis mejillas, empecé a llorar desesperadamente, ¡él no podía irse! ¡No podía dejarme, no ahora que lo necesitaba tanto! Caí sobre mis rodillas y seguí llorando, cuando levante la mirada el ataúd ya no estaba, él se había marchado, estaba sola.
Logre despertarme de golpe, toque mi cara y estaba llena de sudor, era como si me hubieran tirado un balde de agua fría encima. Toque el otro lado de la cama buscando a Peeta y preguntándome cómo no me había despertado para tranquilizarme como siempre lo hacía. No estaba ahí. Tome mi bata y baje las escaleras, ¿Dónde estaba si no era junto a mí? Eran por tarde las 3 de la mañana, ¿Por qué estaba despierto a esa hora?
Lo encontré junto a la ventana del salón mirando por ella al vacío.
-¿Peeta?-dije yo en un susurro mientras me acercaba a él. No me respondió-¿Peeta?-Volví a decir mientras me acercaba más y más a él. Al fin me respondió.
-Aléjate…
Me detuve. Habían pasado muchos días desde la última vez que me había hablado así.
-¿Qué dijiste?-susurre.
-Que te alejes… No quiero hacerte daño.
Y fueron juntos esas 4 palabras “No quiero hacerte daño” las que me motivaron a seguirme moviendo junto al chico del pan. Era más que claro que estaba en una de sus crisis y no lo dejaría solo. Él no lo haría si el caso fuera al contrario.
-No me voy a ir-dije suavemente.
Me acerque más a él hasta que pude tocarlo. Coloque mi mano sobre su espalda y sentí como todos sus músculos se tensaron ante mi contacto. Empecé a acariciarlo hasta que poco a poco se fue relajando y lo rodee con los brazos. Estuvimos por lo menos unos 5 minutos así, hasta que se volteó quedando de frente a mí. Yo no lo soltaba, seguía rodeando su cintura con mis brazos. Clavo sus ojos en los míos y, aunque no eran sus ojos azules, esos dulces ojos azules que me reconfortaban cada noche, podía ver que ya no estaban como los del Peeta que intento matarme aquella vez en el Distrito 13.
Nos miramos fijamente por varios segundos que se me hicieron eternidades. No sabía si romper el silencio y esperaba que él lo hiciera. Al ver que no lo haría decidí hacerlo yo.
-Dime una cosa. ¿Quién soy?-susurre.
Me miro con ojos confundidos, en realidad yo tampoco sabía bien por qué le preguntaba esto pero algo en mí me decía que podía tranquilizarlo y devolver al antiguo Peeta conmigo.
-Solo dime ¿Quién soy yo?
-Katniss… Eres Katniss-respondió él.
Yo asentí y seguí haciéndole preguntas por el estilo.
-¿Dónde nos conocimos?
-En la cosecha de los septuagésimos cuartos Juegos…
-Ajan y, ¿Qué paso en esos juegos?
-Ganamos.
-Sí, ganamos.
-Sí, tú me salvaste la vida.
-Nos salvamos mutuamente, Peeta.
Poco a poco sus ojos volvían a ser esos ojos azules que tanto amaba, esos ojos azules que me tranquilizaban. Poco a poco, Peeta volvió a mí.
Lo conduje hasta el gran sofá del salón y nos sentamos ahí. Ninguno decía nada, pero no era un silencio incomodo, era… nuestro silencio.
Por fin el levanto su mano y acarició mi mejilla mientras decía.
-Yo no quería hacerte daño.
-Lo sé, Peeta. Sé que no me lastimarías.
Nos volvimos a quedar en silencio, pero él seguía acariciando mi cara. Nuestros ojos se miraban fijamente, azul a gris, gris a azul, hasta que me empecé a acercar a él. Cuando estuve a unos pocos centímetros de su boca, aun pensando si sería apropiado besarlo. No nos habíamos besado desde que estuvimos en el capitolio, cuando lo bese para hacer que volviera a mí y no dejara que el capitolio lo separara de mí. Cuando susurro.
-Katniss… Te quiero.
Eso fue la gota que me convenció de que era el momento perfecto para seguir mis impulsos. Junte sus labios con los míos. Era un beso muy dulce, tierno… real. Sentía una vida dentro de mí que creí que estaba muerta pero no, ahí estaba, él la revivía, la sacaba a flote. El besos se alargaba más y más, hasta que la falta de aíre me obligo a separarme de él. No sé por qué ni cómo, pero en ese momento me sentía muy tímida hacia el chico del pan, así que baje mis ojos a mis manos. Peeta seguía mirándome sin decir nada hasta que dijo.
-¿Qué pasa, Katniss?
No respondí, ni siquiera levante mi cara para mirarlo. Así que él tomo mi barbilla muy delicadamente con su mano y volteo mi cara obligándome a mirarlo. Cuando ya tuvo mi atención y mis ojos clavados en los suyos, volvió a preguntar.
-¿Qué pasa, Katniss?
Lo seguía mirando hasta que pude responder.
-Nada. Simplemente… Peeta, aunque no me creas… ese beso fue muy real para mí.
Me miraba fijamente, pero no lograba saber que pasaba por su cabeza mientras me miraba, hasta que dijo.
-Para mí, también. De verdad te quiero mucho, Katniss.
Tome su cara con mis manos y lo acerque a mi hasta que nuestras frentes se juntaron, no perdíamos el contacto visual tan íntimo que teníamos. Cuando dijo que me quería, fue como si hubiera abierto mi alma a él y viceversa. Desde que el capitolio le inyecto el veneno no me lo había dicho. De alguna manera, necesitaba volver a escuchar esas palabras de su boca. Mis ojos se llenaron de lágrimas, yo también lo quería muchísimo, lo necesitaba, y él debía saberlo.
-Yo también te quiero mucho, chico del pan.
Una pequeña y timada sonrisa se formó en su rostro. Creo que los dos sentimos lo mismo con esa confesión de cariño del otro, necesitábamos sentir que el otro nos quería, que nos teníamos el uno al otro y que nunca nos separaríamos. Acerco sus labios a los míos y me volvió a besar, yo le correspondí el beso, fue largo igual que el anterior y nuevamente fue la falta de oxígeno el que rompió nuestro hermoso contacto.
-Deberíamos dormir-dijo él.
-Sí, vamos a la cama-respondí.
Nos levantamos del sofá y nos fuimos hasta el cuarto cogidos de la mano. Nos acostamos juntos, abrazándonos muy fuerte, no quería separarme de él nunca en mi vida. Y así, poco a poco, gracias a sus caricias y sus pequeños besos en mi cabeza logré quedarme dormida.
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La chica en llamas & El chico del pan ©
Fiksi PenggemarDespués de que Panem ha sido liberado del gobierno de Snow. Katniss ha matado a la presidenta Coin y ha regresado a su casa en la villa de los vencedores en el Distrito 12, parecería que no volvería a sentir felicidad, pero la llegada de Peeta a la...