Capitulo 11

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Por favor, entrégame todo tu deseo y lujuria... Porque creo que voy a morir.

Casa de campo Abbadie, Invierno de 1815.

Finalmente Juliette se logro separar de Lysandro y salió de la habitación casi corriendo, subió las escaleras sintiéndo el rubor sobre sus mejillas.
No podía creer lo que había sucedido, parecía que a cada segundo era más difícil resistir a las indirectas de Lysandro sobre consumar aquel matrimonio arreglado por el padre de ella.

Lysandro se quedó totalmente convencido de que Juliette jamás había estado con alguien más y eso lo hacía desearla aún más de lo que ya lo hacía.

Durante un par de semanas más se encargó de ser particularmente encantador, respetuoso y considerado con ella, esperando el momento correcto para finalmente tomar a su esposa.

Aquella tarde Juliette se quedó leyendo en una de las salas de la casa, Lysandro​ lo sabía, la miro entrar. Le indico a toda la servidumbre que fueran a dormir sin preocuparse de nada, le dijo a la nana que fuera a cuidar al niño aquel y entro a la sala sentándose junto a Juliette.

Ella se sobresaltó y lo miro durante un largo tiempo con una expresión de duda. La mirada de él estaba fija y decidida sobre ella. La habitación se lleno de tensión.

Ella musitó su nombre y él detectó anhelo en su voz; entonces Juliette comprendió que él no le era indiferente, entendió sus intenciones al entrar. Tal vez ella no entendía bien lo que era desear a un hombre, pero lo deseaba.

Lysandro hizo su primer movimiento y capturó la boca de ella, prometiéndose al hacerlo que si ella decía no, si hacía cualquier tipo de indicación de que no deseaba ese beso, no continuaría. Sería lo más difícil que habría hecho en toda su vida, pero lo haría.

Pero ella no dijo no, ni se apartó de él, ni lo empujó para separarlo. Lo que hizo fue enredar los dedos en su pelo y abrir los labios. Él no supo por qué de pronto ella había decidido permitirle besarla, pero de ninguna manera iba a separar los labios de los de ella para preguntarlo.

Aprovechó el momento, saboreándola. Ya no estaba tan seguro de ser capaz de solo llevar una relación de cordialidad que podría tener que durarle toda la vida.

La besó con vigor, ignorando una molesta vocecita que dentro de la cabeza le decía que ya había estado en esa situación, que ya había ocurrido eso antes, con Nina. Años atrás había bailado con una mujer, la había besado, y ella le dijo que no podía darle aquella entrega que queria. Y desde entonces no había vuelto a conocer a nadie con quien pudiera imaginarse construir una vida.

Hasta que se vio obligado a casarse con Juliette.

A diferencia de la cantante Nina, Juliette no era una mujer con la que tendría que escaparse, ella estaba allí siempre delante de él, esperandolo.

Y él no le iba a permitir marcharse.

Estaba ahí, con él, y era como tener el cielo. El delicado aroma de su pelo, el sabor ligeramente salado de su piel, toda ella, estaba hecha para reposar en sus brazos. Y él había nacido para tenerla abrazada.

Vente a mi habitación —le susurró al oído.

Ella no contestó, pero él la sintió tensarse.

Ven a mi habitación, conmigo —repitió.

No puedo —susurró ella, haciéndolo sentir su suave aliento en la piel.

Puedes. Debes... O moriré — sonó suplicante.

Ella negó con la cabeza pero no se apartó, por lo que él aprovechó el momento y volvió cubrirle la boca con la suya. Introdujo la lengua y exploró los recovecos de su boca, saborando su esencia. Su mano buscó y encontró el montículo de su pecho y lo apretó suavemente; tuvo que contener el aliento al oírla gemir de placer. Pero eso no le bastaba. Deseaba sentir su piel, no la tela del vestido.

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