Londres, tres preciosos años después de la trágica muerte de la amante de su esposo.
Habían pasado casi cinco años, desde que se había casado con Lysandro. Tres años desde que habían decidido entregarse a sus sentimientos. Había sufrido en ese transcurso veintitrés peleas. Todas las había contado, naturalmente; pequeñas marcas en un pedazo de papel que resguardaba en su escritorio, en la esquina más alejada del cajón del medio, donde él no pudiera verlo. Aunque Lysandro no era afable a eso.
Ella entendía que eso podría hacerle daño. No porque él quisiera tomar decisiones extrañas, «como cuando llevo a Armin y Sophie a la casa de ellos para esconderlos», lo cual casi siempre pasaba, sino porque ella deseaba algo de calma desesperadamente. Suplicaba a Dios a diario un momento aburrido, monótono y simple.
Tenía un marido con el que la mayoría de las mujeres soñaban. Lysandro era guapo, divertido, inteligente y tan desesperadamente enamorado de ella como lo estaba ella de él. Y eso era maravilloso, era tan perfecto que a veces le asustaba. Lysandro la hacía reír. Hacía que sus días y sus noches fueran una aventura. Adoraba hablar con él, caminar con él, simplemente sentarse en el mismo cuarto con él para intercambiar miradas, mientras ambos «pretendían» leer un libro. Incluso adoraba cuando él se escondía a escribir aquellos poemas que la hacían rubirizar.
Era feliz. De verdad, lo era.
Él la conocía. Conocía cada centímetro de su ser, y aún así, nunca dejaba de asombrarla y de desequilibrarla. Ella lo amaba, con cada aliento de su cuerpo, en serio lo amaba y la mayor parte del tiempo, eso era suficiente. La mayoría del tiempo, era más que suficiente.
Juliette atravesó el césped, echando un vistazo sobre el hombro para asegurarse que su marido no la seguía. Cinco años de matrimonio le habían enseñado una o dos cosas, y sabía que él estaría observando cada uno de sus movimientos.
Pero ella era inteligente y decidida. Sabía que por una libra, el ayudante de recamara de Lysandro podría fingir el desastre más maravilloso sobre su ropa. Algo involucrando la mermelada o la plancha, o quizás una plaga en su armario, arañas, ratones, en realidad no le importaba qué fuera. Juliette estaba más que feliz en dejarle los detalles al criado mientras su esposo fuera adecuadamente distraído el tiempo suficiente para que ella pudiera escaparse.
Se sonrió, en la misma forma que había usado ante la familia Ainsworth el mes anterior durante la representación de Macbeth. El pequeño Geroge de casi 6 años, había dicho que su madre sería una excelente Bruja, que su padre lo había dicho.
Ella había fingido no hacer caso, sobre todo cuando Lysandro lo había recompensado con un nuevo caballo.Su marido pagaría ahora. Sus camisas iban a ser manchadas de rosa con mermelada de frambuesa y ella...
Estaría sonriendo fuerte y divertida.
Canturreo un poco, abriendo de un tirón la puerta de la cabaña donde Lysandro guardaba todas sus cosas de esgrima.
Lo tendría. Era suyo. Prácticamente podía saborearlo. Le hubiera gustado, incluso de ser posible, tenerlo a su lado. No tenía ninguna preferencia por el esgrima, desde luego, pero esto no era ningún instrumento ordinario de destrucción. Este era... El florete que Lysandro había recibido como obsequio hace unos meses.
Apenas podía contenerse, solo sería cuestión de esconderlo. El florete de estilo Francés que le había regalado Castiel a su esposo, estaba descansando en la estantería junto con los demás, y justo en ese momento...
-¿Buscabas esto?
Ella dio la vuelta. Lysandro estaba de pie en la entrada, sonriendo cuando giró el florete en sus manos.
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Por favor, Ámame
Tarihi KurguLondres 1815, el segundo hijo del Duque de Bouillon está en edad casadera, Lysandro Ainsworth podría ser considerado el soltero más codiciado en la temporada de bailes de Londres; por ser galante, educado y apuesto. Sin embargo, Lysandro debe buscar...