Capitulo 16

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Que infortunio, cuando una mentira revelada, desencadena una serie de eventos casi caóticos.

Londres, verano de 1816.

Juliette despertó y miro con cierta tristeza la habitación donde estaba.
Le traía recuerdos, en su mayoría tristes. Ella nunca había sido muy agraciada, no era rubia, ni cantaba o tocaba el piano, no tenía un cuerpo con muchas curvas. En ese instante, recostada viendo el techo de la habitación, se sentía más alejada que nunca de Lysandro y eso le dolía.

— ¿Qué hice? — Murmuró tapando su rostro con las manos — no debí decirle eso anoche... — suspiro con pesadez. No quería llorar, no esa vez, más bien, deseaba tener un arma para disparar en contra de Lysandro y ser viuda por fin.

Y aunque no quiso, prolongó la situación por semanas. Juliette ya llevaba tres semanas enteras sin ver a Lysandro. No sabía si sentirse complacida, sorprendida o decepcionada. No sabía nada esos días. La mitad del tiempo se sentía como si ni siquiera se conociera a sí misma. Estaba segura de que había tomado la decisión correcta al tomar a su hijo cómo suyo, si Lysandro hubiera dejado su orgullo y se hubiera decidido por mirar al bebé, habría sabido que era suyo con solo verlo.

Pero si estaba tan segura de que había hecho lo correcto, ¿por qué le dolía tanto? Se sentía como si el corazón se le estuviera rompiendo perpetuamente. Cada día se le desgarraba un poco más, y cada día ilusamente creia que el dolor no podía empeorar, que su corazón ya había acabado de romperse, que ya estaba absolutamente roto, y sin embargo, cada noche lloraba hasta quedarse dormida, añorando a su esposo. Y cada día se veía peor a si misma en el espejo. A esto se sumaba su terror a dar un paso fuera de la casa de sus padres, lo que intensificaba su angustia y nerviosismo. Estaba segura de que Peggy Jones la andaba buscando, y ciertamente era mejor que no la encontrara. Ella no se rentaría el corazón para hacer un cotilleo por todo Londres sobre sus problemas con Lysandro.

Con todo esto, había pasado los días atosigada por emociones que pasaban de melancolía a nerviosisimo y de sufrimiento por el amor frustrado a absoluto miedo. Se las había arreglado para ocultar sus emociones, pero se daban cuenta de que estaba distraída y más callada, sus padres la miraban con expresiones preocupadas y le hablaban con extraordinaria amabilidad. Y vivían preguntándole por qué no iba a tomar el té con ellos. Iba a toda prisa con su estuche de acuarelas por el corredor en dirección a su habitación, le gustaba pintar cuando quería olvidarse de todo, cuando la vio su madre.

—¡Jule! ¡Estás ahí! —dijo su madre comenzando a acomodar el vestido.

Se detuvo Juliette y logró sonreir. —Buenas tardes, madre  — murmuró

Buenas tardes. Te he estado buscando por toda la casa. — comento viéndola con curiosidad.

Ella la miró sin expresión. Al parecer, últimamente lo hacia. No era capaz de centrar la atención en nada.

—¿Sí? ¿porque? — ladeo la cabeza por inercia.

Sí. Quería preguntarte por qué no has ido a tomar el té en toda la semana. Sabes que siempre estás invitada amor. — susurro de forma dulce. Los padres de ella no habían querido interferir, ni preguntar porque estaba viviendo allí ella y el bebé.

Sabía que había mujeres capaces de dejar de lado todo por la pasión y el amor. Una gran parte de ella deseaba ser una de esas mujeres. Pero no lo era. El amor no era capaz de vencerlo todo, al menos en su caso.

He estado muy ocupada —dijo finalmente.

Por otro ladeo, Lysandro estaba de mal humor desde hace tres semanas.  Y ese malhumor estaba a punto de empeorarle, pensó, caminando lentamente hacia la casa de su hermano. Había evitado ir a la casa porque no quería el interrogatorio por lo que pasó con Juliette; no quería ver a Rosa, la que advertiría su mal humor y le haría preguntas; no quería ver a Leigh, el que advertiría el interés de su esposa y también intentaría interrogarlo; no quería ver a... Demonios, no quería ver a nadie. Mucho menos a Nina, que con sus cartas que enviaba con los criados lo estaban enfadando, ¿desde cuando tenía tanto interés en él? Seguramente, desde que se casó y supo que su esposa tenía una gran dote.

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